No
hay algo tan contrario a eso que llaman espíritu
universitario que los libros; los buenos libros en donde se encuentra la sabiduría
de la vida. El espíritu universitario, por lo menos en México, se compone de una
búsqueda inútil de identidad, de falsa camaradería, de cerveza y de una capacidad
insegura de memoria. En cambio los libros son paradas, desviaciones, atajos,
bifurcaciones, desiertos, bosques, mares, frío intenso y, calor abrumador,
alturas que marean y caminos peligrosos para los timoratos. Se debe tener el
valor de dejar que se nos socaven los valores impuestos, que se pulvericen nuestros
sueños y, se elimine nuestro incipiente ser y, después, hace falta la soledad
afiligranada y la ligereza de equipaje; para escalar y descender, para tratar
de caminar con los gigantes del pensamiento por esos caminos tan difíciles de
entender y más difícil de ejecutar. Todo ello fuera del deseo de alcanzar grados
académicos o reconocimiento; la paga es el saber de milenios, la miel producida
por los mejores cerebros y mentes, no más.
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