domingo, 19 de marzo de 2017

PREJUICIOS




Damos por sentado que somos normales sin pensar en toda la influencia negativa de la realidad. Nacemos en un conjunto de seres humanos ya con una organización social que, a la vez que nos proporciona lo necesario nos priva de otros elementos igual de necesarios, tal y como la consciencia, la crítica y penosamente la auto critica. Somos ciegos para conocer nuestro propio ser; estamos hechos de demasiados prejuicios. El “Conócete a ti mismo”, ha perdido su sentido; no es posible siquiera ponerlo en práctica, más aun, es despreciable siquiera tratar este punto.  La sociedad ejerce una dictadura sutil pero implacable y, los ciudadanos nos tornamos simples sombras pálidas del ser humano pleno.

El doce de marzo del dos mil dieciséis; regresé de la ciudad de México a Puebla, a eso de las tres y media de la mañana. Se iba a realizar una junta vecinal a las diez de la mañana. Estaba justo a tiempo. A la hora señalada me dirigí al lugar de la reunión. El tema lo era, los delincuentes. Después de vivir por aproximadamente treinta años en el mismo sitio nunca habíamos tenido un acercamiento como este. No nos había unido nunca el reconocernos como seres humanos sociales en pleno sino el mal. Saludé a los vecinos que ya estaban ahí y gradualmente se incorporaron más hasta llegar a la cifra de veinte.

Tomó la palabra el presidente de una colonia adyacente y expuso su experiencia. Indicó las formas de organización, los vecinos con las autoridades y entre los mismos. Mostró una alarma vecinal, sus funciones, costos de los elementos de forma individual y total. Terminó su exposición.

Se inició el dialogo que pronto escaló a reclamos, señalamientos y acusaciones. Por favor, ni siquiera estaba conformado el comité vecinal. Me congratulo de que los ciudadanos hayan sido liberados, que sientan la necesidad de organizarse y participar activamente en la vida pública. Con todo, el inicio es un desastre a pesar de ser la mayoría personas adultas hasta contar a los ancianos. No sospechaba yo de tal desorden. Se supone que somos normales, racionales, practicantes muchos de fe religiosa o por lo menos creyentes.

-       ¿Cuánto va a costar el total de la alarma?,  esa pregunta ya está contestada, respondió un vecino, la cara del primero se tensó.

-       ¿Cuánto va a costar la instalación de la alarma?, pregunta que le fue contestada a satisfacción.

Las preguntas siguieron y fueron puntualmente satisfechas. Sin embargo, diversas personas no estaban conformes con que se tratara un solo punto sino que se pasara a la acción inmediata.

-       ¿Qué vamos a hacer con los jóvenes que toman bebidas embriagantes y se orinan a plena luz del día en la calle?. Son un peligro. Hay mujeres y menores de edad. Cierto, pensé, no es agradable ver tal espectáculo pero ahí había por lo menos tres que habían, hecho lo mismo hace unos pocos años antes de casarse.

-       Que se les envíe a la policía de inmediato y los encarcelen, secundó otro vecino de actitud inquieta.

-       Creo que solo se puede que se les envíe a un juez cívico, terció uno más. Los vecinos se veían excitados. ¿Qué diablos hacia yo ahí?, imagine mi cama en franca espera.

-       Hay que ir a ver si quien les vende las bebidas tiene los permisos correspondientes y en todo caso que quienes las compran se vayan a ingerirlas a otros lados.

-       Yo no he ni siquiera tratado con esos jóvenes porque se ve que son delincuentes., intervino una persona mas.

A mi parecer habíamos vuelto a los inicios de toda formación real de una sociedad que enfrenta problemas generales. Sin embargo, aún no se constituía el comité ciudadano y ya estaban proponiendo su funcionamiento; absurdo. “Educa al niño para no castigar al hombre”, la máxima de Pitágoras de Samos, sonaba en mi cabeza. Muchos antes que nosotros otros mucho mas inteligentes ya habían tratado los puntos que nos ocupaban y no lo estábamos haciendo bien ni un ápice.   

Sin advertirlo o sin importarles a los vecinos, querían de golpe y porrazo asumir las funciones de jueces del bien y, del mal moral y penal. Me pareció descabellado; de pronto emergió ante mí una masa de personas timoratas y sin ningún rumbo viable para dar solución  a los problemas inmediatos pero relativamente sencillos.

Suponiendo que antes del dialogo se les tratara como delincuentes a los jóvenes ¿no era esto el mismo pensamiento retorcido y la misma actitud que le reclamamos a nuestros vecinos del norte (EU), simbolizados por Donald Trump?, esto no era otra cosa que discriminación sin solución al problema real. Por otro lado, solicitar a una persona los permisos de su negocio era convertirnos en autoridad administrativa sin ninguna facultad sino con toda la arbitrariedad de un grupo de censura. Yo había supuesto que trataríamos los temas con toda sensatez y con base en el marco jurídico imperante o ¿debíamos echar por la borda todo e iniciar un pequeñísimo pero glorioso instante de barbarie?. Fue increíble ver como creemos ser normales, sensatos pero somos los creadores de muros, barreras, discriminación con base en los prejuicios que nos insufla la sociedad en general, la familia, la educación, el gobierno, la religión y todo con lo que tengamos que ver.

Imagine que para la siguiente cita solo acudieran los que tuvieran un título universitario y gradualmente hacer los requisitos más rigurosos como solo aquellos que tuvieran maestría, después doctorado o hubieran logrado sus equivalentes. De esta manera haríamos realidad la idea de Platón, de que gobernaran los más sabios: reyes filósofos. Con todo, a menudo el saber puro no sirve para gobernar; tal y como lo hace ver José Ortega y Gasset. Mandar bien significa saber hacer uso del poder político.

Que lo mejor mande, propone Aristóteles y que lo demás se dobleguen. Francisco de Vitoria nos recetó su “Relecciones” y dio el pretexto de la guerra justa contra nuestros antepasados. Prefiero la sabiduría salvaje de Federico Nietzsche, dice que, los más fuertes se señoreen sobre los débiles así sin adornos.

Desafortunadamente, la reunión terminó como en Babel cada quien hablando en el mismo lenguaje pero sin entender a los demás. El problema de la organización ciudadana esta justo ante mí, con toda su adolescente desnudez. Habría que meterle orden, disciplina. No tirar la toalla.

Al final quedamos solos un vecino amigo mío y yo, quien con mirada burlona me dijo: “En tierra de ciegos, el tuerto es el rey”, soltándose a carcajadas. Por favor, te tengo por tuerto, le respondí. La mañana era inmejorable, me encamine a mi oficina; tomé lugar y pensé en John Kenneth Turner y su “México Bárbaro”. En eso de la democracia corremos como “Alicia en el país de la  maravillas”, sin movernos del mismo lugar.


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