Ningún
Dios existe, únicamente existen los creyentes en tal idea. La creencia de las mayorías
en un ser divino, puja por hacer realidad lo inexistente. Sin embargo, no hay
dioses; si esto fuera cierto, la vida estaría de antemano resuelta. Por ello,
mismo se sabe que cada uno debe hacerse su vida; bien o mal, pero de manera concretísima.
A
menudo los mexicanos contemporáneos nos asustamos al saber que existía un Dios
de la guerra mexicano que exigía sangre y muerte: Huitzilopochtli. Con todo, existía
un Dios bueno, racional: Quetzalcóatl. Ambos dioses no eran más que
representaciones metafísicas de lo que eran los pueblos prehispánicos. No más y
tal como el dios cristiano y el diablo son representaciones del pensamiento
judeo-cristiano del bien y del mal de los seres humanos católicos.
Las
religiones fueron creadas por seres humanos para responder la existencia humana
pero pronto degeneraron para el engaño y sometimiento de una élite teológica sobre
la temerosa mayoría que en primer y último caso quiere que su vida no sea inútil,
injustificable. El anhelo de la eternidad y el reconocimiento exagerado de uno
mismo.
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