Por
inicio me dio por escribir así su nombre. No creo que le importe ni importe.
Que tipo y que manera de embellecer la vida. De común nos afligimos y nos
lamentamos de y por vivir. Hay que vivir a lo Ignacio Burgoa, a lo Lemy
Kilmister. Por si hablamos de honradez intelectual. El primero me encaminó a la
vida verdadera intelectual; el segundo hacia el verdadero metal. Que cabrones
eran, son. No hay pequeños motivos para vivir sino grandes motivos. Somos invitados
a las grandes cosas, a los grandes acontecimientos, a las grandes personalidades
de todo tipo. Evidente, a todo lo malo también. El asunto es saber discriminar
entre una y otra opción. Amigos míos, hermanos míos, terrae filius, no hay
porvenir sin sacrificio, sin esfuerzo y sin ver el lado bueno,
extraordinariamente bueno de la vida.
¡Que
poeta era Kilmister!, embelleció la vida a grados insospechados. Que palabras
hermosas dijo. No trató de seguir (y, no siguió), a los poetas melosos sino
decir el sentir masculino de la vida. Eso se debe agradecer, por lo menos yo lo
agradezco. Lo normal no iba con él. Y, ¿Qué es lo normal?, lo que el psicoanálisis
chato a regulado. Los que se sienten normales al sistema, son el tipo claro de
la mediocridad. A mí, Kilmister, me parece más cuerdo y sano que la mayoría. ¡Ha
muerto!, dicen los titulares. Vaya novedad. Callaban cuando vivía sobre sus
alcances en el arte del metal. Que forma de tocar el bajo. Álbumes con la
medula del “Bueno, el malo y el feo”. Artistas transgresores, arte maldito que
eleva la vida a su nivel exacto. Fuera moral y moralinos. Larga vida al rock,
al metal, a sus creadores y sus auténticos seguidores.
Se
ha ido, dicen. No se ha donde se ha ido si solo existe esta realidad. Se
olvidan o no han entendido la maravillosa formula de Einstein: E=MC2. La energía
y la masa son dos formas distintas de la realidad. Casi no me atrevo a decir
que Kilmister se está convirtiendo en energía y objeto ideal.
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