La
híper individualidad ha socavado la convivencia entre los seres humanos. Ello
trae como consecuencia que se abran abismos en derredor de las personas, haciéndoles
sentir el duro frio de la soledad. Las consecuencias son terribles; por un lado,
se requiere que la gente se porte “normal”, se le presiona para que no muestre
sus sentimientos; por el otro, la angustia y la zozobra no desaparecen con ese
ocultamiento. Los síntomas laten dentro del individuo. El desequilibrio no se
puede evitar, se anda por el mundo con una o varias mascaras mientras bajo la
piel el grito de Munch se agita con espasmos de demencia. La cura de la locura
es la convivencia humana, sincera, libre de todo interés bastardo.
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