La
posición filosófica respecto del pasado inmediato no puede ser otra que la
guerra permanente. Los conservadores no sienten la necesidad imperiosa de
cambiar el presente sino de heredar e imponer en forma imperiosa las
condiciones que el sistema imperante impone con toda su fuerza avasalladora;
tal es el caso del neoliberalismo. El actual gobierno de Peña Nieto no es un
gobierno progresista; su lema “Mover a México”, no es otra cosa que una simple
declaración frívola de ausencia de ideas propias. El imperialismo de las
empresas trasnacionales le impuso a los políticos mexicanos el sistema
económico y lo han aceptado a las mil maravillas. No hay camadas de políticos
con ideas nuevas. La gran mayoría de los políticos son del mismo corte
conservador y servil al sistema económico con algunos matices. Nunca podrían
sentir de forma íntima la necesidad de reformar el sistema político porque en
ello les va su vigencia viciosa y porque son incapaces de siquiera sospechas la
existencia de nuevas formas de gobierno, están embarazados de lo viejo, lo
caduco y solo pueden recibir órdenes que cumplir al pie de la letra.
Por
el contrario, el liberalismo del pensamiento nos lleva a guerrear denodadamente
en contra de las imposiciones económicas, políticas y sociales no por la pura
oposición sin sentido, tal y como lo aseveran los conservadores más chatos sino
que por el contrario, sentimos íntimamente la necesidad de reformar el pasado
inmediato por ser oprobioso, injusto, corrupto y extiende sus brazos infectados
sobre el presente y sobre el futuro. Un muerto vigoroso nos parece este sistema
político que no obstante su corrupción y decadencia permanente como enfermedad
infecta todo lo que toca. El Estado mexicano y en especial su gobierno, en sus
tres niveles, tiene como actividad principal el saqueo de lo público a través
de la corrupción. Desde el presidente de la República hasta el más ínfimo
presidente del municipio mas modesto tienen como único objetivo la venta o
renta de todo lo que pueda otorgarles la mínima ganancia.
Es
puede apreciar inmediatamente que son dos posiciones encontradas e
irreconciliables las que sostiene el gobierno de México y la sociedad mexicana
consciente. La posición gubernamental es el resultado de la imposición
mecánica, consentida y hasta en complicidad de las empresas trasnacionales
sedientas de la última gota de sangre nacional y de acallar el pensamiento
dinámico y critico a la pura ganancia por la ganancia en contra de la vida
radicalmente nacida de la vitalidad pensante que siente el traje remendado de
mercantilismo y consumismo impuesto a los mexicanos como no propio, como
demasiado ajustado hasta la asfixia de la vida.
El
presidente representa el perfecto producto fracasado tanto de la política como
del sistema educativo en México, que solo sirve como figura emblemática de los
mexicanos enajenados y nacidos de la producción hueca de la vida, son los
perfectos consumidores funcionales del sistema neoliberal, impedidos de cualquier
concepción de ideas y acciones propias.
Ante
tanto conservadurismo mexicano no es seguro que se pueda combatir el pasado
inmediato dado a la práctica vigente de esas viejas formas corruptas de
gobierno; sin embargo, no es posible la pasividad; la forma actual de gobierno
es sentida por los pensadores libres como una afrenta, como una ofensa, como
una transgresión no a leyes positivas sino a la vida misma.
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