La caída del muro de Berlín puso en
movimiento una realidad que estaba estancada entre dos mares, entre dos cielos
en donde brillaban dos estrellas polares. Se ha dejado la construcción de una
realidad por seguir el impulso de la híper producción, del híper consumismo y
de la híper individualidad. Esto tiene loco al mundo. Los conservadores añoran
el mundo arreglado bajo la teología y, a, un orden jerárquico lleno de fe en la
vida de cara a Dios. Eso ya no es posible por más que se añore y se prodiguen
ayes de dolor y se tilde rabiosamente de locos a quienes vislumbran el nuevo
orden mundial.
No será con rezos como se arregle
este mundo. Ni será con reproches entre los géneros como se logre paliar este
nihilismo que nos rodea y sobrepuja a cada instante. El mundo está perdido pero
no definitivamente y no de todo. Se buscan nuevas tierras y no hay forma de dar
marcha atrás, por pura necesidad los pueblos en conjunto tienen que echarse al
mar proceloso con todos los peligros que esto entraña. En consecuencia hacen
falta excelentes teóricos. Pero eso es lo que nos falta, pensadores que
desentrañen los objetivos de este sistema económico. Eso es posible ya que el
capitalismo ha sido analizado desde hace mucho tiempo y tendrá un desarrollo lógico,
no va a cambiar de naturaleza ni de objetivos.
Hoy estamos ya lejos de que un ser
creado y lanzado a los cielos de la metafísica pueda dejársele la solución de
los grandes problemas de la Humanidad. Por eso no se debe permitir que a los pueblos
se les adoctrine más en esas falsas soluciones teológicas que solo tienen como
objetivo dejarlos en estado de indefensión. ¿Quién en su sano juicio confiaría su
vida en un sacerdote símbolo de la decadencia y de la corrupción más absoluta y
compinche de los dueños del gran capital?.
Tampoco en el gobierno de los
Estados nacionales se debe ya tener confianza, están, irremediablemente
sometidos a los dueños anónimos (para el gran público) de las grandes
trasnacionales. Estas grandes empresas son las que dan las pautas cuando no las
órdenes para que se pongan en vigor y en vigencia leyes para que todas sus
actuaciones sean legales y así puedan enriquecerse sin más medida ni obstáculos
que tres o cuatro grandes empresas del mismo ramo.
Hay alternativas para frenar la
desbordada ambición de los dueños del dinero. Las organizaciones no
gubernamentales, la sociedad civil en acción concertada y las ideas y prácticas
contrarias a los intereses del gran capital. No son invencibles. El destino no está
escrito en su totalidad.
Es el tiempo de las grandes empresas
trasnacionales que no tienen ni ley que los regule en beneficio del bien común;
ni ética ni moral que ofrecer sino tan solo puras relaciones mercantiles desventajosas
para los consumidores. Es por ello, que
quienes pretenden forjar un mejor mundo con rezos y autoridades basadas en la teología
se les debe decir amablemente que ese no es el camino y abandonarlos en sus
mares de lágrimas. Al mundo de relaciones meramente comerciales no se le puede oponer
la buena fe ni ojos llorosos ni rezos ni fantasmas como soluciones. Eso es ridículamente
infantil.
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