Hemos estado en
permanente crisis desde inicios de la década de los ochentas. La gente solo
padece las crisis económicas, materiales; sin embargo, antes de las crisis
económicas están las de los valores y de ideas con que habérnosla con la vida.
El Estado como instrumento de gobierno y convivencia humana se requebrajo y se hizo ruina. El Derecho no sirve lo
suficientemente para regular las relaciones entre sus órganos y de estos con
sus gobernados y las relaciones entre los mismos gobernados. Los mismos que
encarnan las funciones del Estado han perdido la fe en el Estado mexicano y han
preferido que otros Estados y principalmente, los dueños del capital privado
sean los que determinen la forma de gobierno y las condiciones de vida.
Desde la
consolidación del Estado mexicano con Lázaro Cárdenas hasta la década de los
ochentas del siglo pasado, el Estado mexicano había servido como un tremendo
corsé para apretujar la vida hasta en puro oficialismo; al punto de abandonarse
la vida espontanea. Pocos se tomaban la democracia en serio. Poetas, intelectuales
y escritores a menudo estaban en franca colaboración con el gobierno priista.
Mírese bien, todo este periodo y se verá que es decididamente árido,
improductivo. La vida estaba como paralitica, enteca y pobre en todos sus
ámbitos. Esto no significa que se hayan dejado de hacer intentos y aun se hayan
producido buenas obras en casi todos los rubros. No obstante, la censura
gubernamental estaba en todo su esplendor. Se tenía un patriotismo simplón tras
del cual se ocultaba un partido como representante del todo que todo lo
dominaba y se vestía con los ropajes de democracia, libertad, justicia según le
conviniera.
La presión
decisiva para cambiar el Estado mexicano provino de las grandes trasnacionales
de capital privado. Derrotado el Socialismo Real era menester que el
capitalismo se lanzara con nuevos bríos sobre los Estados débiles. Las crisis
sexenales que padeció el Estado mexicano dieron las pautas para que los
gobernantes se decidieran a la privatización impregnada de la sempiterna
corrupción de los políticos. Una y otra vez asediaron los capitalistas al
Estado mexicano hasta derribar por todos lados su estructura. Era necesario
reconstruir de las ruinas al Estado mexicano.
Los dos
gobiernos panistas pueden considerarse como priismos santurrón y de carácter
adolescente. Ingenuamente creyeron Fox y Calderón que con balas y rezos a la
manera de los cristeros; se iban a componer todos los males que aquejan a la
República. Los resultados son recientes y evidentes: ridículo y desastre para
el pueblo mexicano. Los políticos, encaramados en las ramas más frondosas del
presupuesto nacional no padecen en lo material pero son tan pobres e ignorantes
de la política como el más lerdo en la materia.
De común se cree
que los delincuentes son efecto de todo menos de los defectos y las carencias
del Estado mexicano para poner e imponer las condiciones mejores para que los
ciudadanos tengan las opciones varias y reales para acceder al trabajo que más
les cuadre para vivir y convivir con los demás mexicanos. Ante los diques casi
infranqueables y decididamente escasos los mexicanos, en buen numero,
decidieron y deciden sumarse a las filas de la delincuencia organizada.
Responsables son los gobernantes y políticos, en buena medida, del desastroso
estado en que nos encontramos. Es muy significativo que hasta el presidente de
México sea, francamente, no solo ignorante sino solo pragmático (es decir, un
inconsciente del pensamiento profundo), ante los grandes problemas nacionales
que van desde la educación hasta la corrupción.
Siendo México un
Estado flaco y débil no puede siquiera dar la certeza de cortar la impetuosa
corriente de corrupción que todo lo inunda. La captura de Joaquín Loera Guzmán
fue aplaudida con un frenesí sin igual como si los mexicanos hubiéramos
coronados con las más altas bendiciones por méritos propios. Cosa ingenua. La
pobreza material y mental sigue instalada en la realidad, esperando ser
atendidas de manera directa y decidida y no solo un los vigorosos aplauso de
los gobernadores. La realidad no se modifica con decretos, es el gobierno y son
los ciudadanos los que hacen del Estado un instrumento para el buen gobierno y
una buena convivencia humana. Con todo, un Estado que se precie de sanidad y
fortaleza debería someter a los mismos políticos corruptos y cínicos al imperio
de la ley.
Se ha hecho de
Joaquín Loera el enemigo número uno y sobre él se ha hecho caer una buena parte
(la más importante), de todo los males que le pasa el pueblo mexicano. Sin
quitarle la importancia que tiene o tuvo Loera Guzmán, no puede ser el único y
principal demonio ¿dónde están los que lavan el dinero que el genera o
generaba?, ¿Dónde están los políticos que lo protegían? y todos los que están
involucrados en esta actividad delincuencial. Se nos ha pintado a este personaje como un genio del mal que ha
desplegado una actividad que envidiaría cualquier empresario y economista
surgido de las más grandes universidades de los Estados más avanzados. Un
narcotraficante imperialista que con una fuerza impresionante logró conquistar
medio mundo en las diversas latitudes. Esto contrasta con la práctica realmente
entreguista del gobierno mexicano. Ambas
practicas inaceptables. La primera por sus efectos sangrientos y dañinos y la
segunda por su debilidad e irresponsabilidad política.
El gobierno de
Peña Nieto (como todo el priismo) tiene la necesidad de crear enemigos ya
reales o imaginarios por menos ultra dimensionarlos para contrastarse con ellos
y vestirse con los ropajes de gala de la justicia. No obstante, la realidad
sigue allí con todos sus problemas esperando que gobierno, políticos y
ciudadanos pongamos manos a la obra para por lo menos tratar de solucionar los
problemas con nuevas perspectivas. Pero para tener nuevas perspectivas se
necesitan gobernantes, políticos y ciudadanos con nuevas perspectivas. El
cambio debe empezar precisamente por estos últimos que durante más de ochenta
años han estado excluidos de toda decisión política. Gobernantes y políticos
hablan al pueblo y lo ensalzan hasta que llegan al poder y entonces, sacan la
ley y el garrote como único medio efectivo de responder las exigencias justas
del pueblo.
Hasta hace un
par de décadas era casi imposible que el nuevo ciudadano surgiera; pero los
medios de comunicación se han diversificado y las redes sociales han mostrado
su poder para modificar el Estado. Es de esperarse que ciudadanos conscientes
ya no solo sean producto de la educación del Estado sino que se nutran de todo
el rico y amplio repertorio de ideas que están al alcance por medio del
internet. Mucha de la gente está perdida y desorientada y fácilmente pierde la
fe en sí misma. Quieren encontrar el norte verdadero. Esto es posible pero si
bien el cambio de realidad individual es posible cambiarla con más o menos
rapidez, la realidad social es lenta, casi imperceptible.
No debe dar
pauta para perder la cabeza e irse a la irresponsabilidad, los problemas
seguirán allí, irresolutos. Tenemos que empezar por algún lado, a mí se me
ocurre (no por simple ocurrencia), empezar por emparejar la educación tanto
académica como moral de los ciudadanos y de la población en general para
concientizar al pueblo y no solo al pueblo de que perdemos más con la
corrupción que haciendo un esfuerzo superior para fortalecer a la nación
mexicana y de allí extender el fortalecimiento al Estado y el saneamiento del
gobierno, una limpia profunda de su encarnada corrupción.
No sirve de cosa
positiva alguna, enseñar valores fuertes si en la realidad la práctica de la
corrupción impera. El problema parece imposible de atacar y sin embargo, el ser
humano es en todo caso el responsable para bien o para mal de su vida personal
y en sociedad. Después de la Segunda Guerra Mundial casi toda Europa quedó
devastada, la Unión de Repúblicas Socialistas soviéticas y ni que decir de los
japoneses. Estos Estados por lo menos tuvieron o tienen su medio día. ¿Dónde
está la respuesta?, en la nación entera, no en un gobierno triunfalista que
oculta la flacura y debilidad del Estado.
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