sábado, 1 de marzo de 2014

LA CRISIS DEL ESTADO MEXICANO




                                
Hemos estado en permanente crisis desde inicios de la década de los ochentas. La gente solo padece las crisis económicas, materiales; sin embargo, antes de las crisis económicas están las de los valores y de ideas con que habérnosla con la vida. El Estado como instrumento de gobierno y convivencia humana se requebrajo  y se hizo ruina. El Derecho no sirve lo suficientemente para regular las relaciones entre sus órganos y de estos con sus gobernados y las relaciones entre los mismos gobernados. Los mismos que encarnan las funciones del Estado han perdido la fe en el Estado mexicano y han preferido que otros Estados y principalmente, los dueños del capital privado sean los que determinen la forma de gobierno y las condiciones de vida. 
   
Desde la consolidación del Estado mexicano con Lázaro Cárdenas hasta la década de los ochentas del siglo pasado, el Estado mexicano había servido como un tremendo corsé para apretujar la vida hasta en puro oficialismo; al punto de abandonarse la vida espontanea. Pocos se tomaban la democracia en serio. Poetas, intelectuales y escritores a menudo estaban en franca colaboración con el gobierno priista. Mírese bien, todo este periodo y se verá que es decididamente árido, improductivo. La vida estaba como paralitica, enteca y pobre en todos sus ámbitos. Esto no significa que se hayan dejado de hacer intentos y aun se hayan producido buenas obras en casi todos los rubros. No obstante, la censura gubernamental estaba en todo su esplendor. Se tenía un patriotismo simplón tras del cual se ocultaba un partido como representante del todo que todo lo dominaba y se vestía con los ropajes de democracia, libertad, justicia según le conviniera.

La presión decisiva para cambiar el Estado mexicano provino de las grandes trasnacionales de capital privado. Derrotado el Socialismo Real era menester que el capitalismo se lanzara con nuevos bríos sobre los Estados débiles. Las crisis sexenales que padeció el Estado mexicano dieron las pautas para que los gobernantes se decidieran a la privatización impregnada de la sempiterna corrupción de los políticos. Una y otra vez asediaron los capitalistas al Estado mexicano hasta derribar por todos lados su estructura. Era necesario reconstruir de las ruinas al Estado mexicano.

Los dos gobiernos panistas pueden considerarse como priismos santurrón y de carácter adolescente. Ingenuamente creyeron Fox y Calderón que con balas y rezos a la manera de los cristeros; se iban a componer todos los males que aquejan a la República. Los resultados son recientes y evidentes: ridículo y desastre para el pueblo mexicano. Los políticos, encaramados en las ramas más frondosas del presupuesto nacional no padecen en lo material pero son tan pobres e ignorantes de la política como el más lerdo en la materia.
  
De común se cree que los delincuentes son efecto de todo menos de los defectos y las carencias del Estado mexicano para poner e imponer las condiciones mejores para que los ciudadanos tengan las opciones varias y reales para acceder al trabajo que más les cuadre para vivir y convivir con los demás mexicanos. Ante los diques casi infranqueables y decididamente escasos los mexicanos, en buen numero, decidieron y deciden sumarse a las filas de la delincuencia organizada. Responsables son los gobernantes y políticos, en buena medida, del desastroso estado en que nos encontramos. Es muy significativo que hasta el presidente de México sea, francamente, no solo ignorante sino solo pragmático (es decir, un inconsciente del pensamiento profundo), ante los grandes problemas nacionales que van desde la educación hasta la corrupción.

Siendo México un Estado flaco y débil no puede siquiera dar la certeza de cortar la impetuosa corriente de corrupción que todo lo inunda. La captura de Joaquín Loera Guzmán fue aplaudida con un frenesí sin igual como si los mexicanos hubiéramos coronados con las más altas bendiciones por méritos propios. Cosa ingenua. La pobreza material y mental sigue instalada en la realidad, esperando ser atendidas de manera directa y decidida y no solo un los vigorosos aplauso de los gobernadores. La realidad no se modifica con decretos, es el gobierno y son los ciudadanos los que hacen del Estado un instrumento para el buen gobierno y una buena convivencia humana. Con todo, un Estado que se precie de sanidad y fortaleza debería someter a los mismos políticos corruptos y cínicos al imperio de la ley.
  
Se ha hecho de Joaquín Loera el enemigo número uno y sobre él se ha hecho caer una buena parte (la más importante), de todo los males que le pasa el pueblo mexicano. Sin quitarle la importancia que tiene o tuvo Loera Guzmán, no puede ser el único y principal demonio ¿dónde están los que lavan el dinero que el genera o generaba?, ¿Dónde están los políticos que lo protegían? y todos los que están involucrados en esta actividad delincuencial. Se nos ha pintado  a este personaje como un genio del mal que ha desplegado una actividad que envidiaría cualquier empresario y economista surgido de las más grandes universidades de los Estados más avanzados. Un narcotraficante imperialista que con una fuerza impresionante logró conquistar medio mundo en las diversas latitudes. Esto contrasta con la práctica realmente entreguista  del gobierno mexicano. Ambas practicas inaceptables. La primera por sus efectos sangrientos y dañinos y la segunda por su debilidad e irresponsabilidad política.

El gobierno de Peña Nieto (como todo el priismo) tiene la necesidad de crear enemigos ya reales o imaginarios por menos ultra dimensionarlos para contrastarse con ellos y vestirse con los ropajes de gala de la justicia. No obstante, la realidad sigue allí con todos sus problemas esperando que gobierno, políticos y ciudadanos pongamos manos a la obra para por lo menos tratar de solucionar los problemas con nuevas perspectivas. Pero para tener nuevas perspectivas se necesitan gobernantes, políticos y ciudadanos con nuevas perspectivas. El cambio debe empezar precisamente por estos últimos que durante más de ochenta años han estado excluidos de toda decisión política. Gobernantes y políticos hablan al pueblo y lo ensalzan hasta que llegan al poder y entonces, sacan la ley y el garrote como único medio efectivo de responder las exigencias justas del pueblo.
  
Hasta hace un par de décadas era casi imposible que el nuevo ciudadano surgiera; pero los medios de comunicación se han diversificado y las redes sociales han mostrado su poder para modificar el Estado. Es de esperarse que ciudadanos conscientes ya no solo sean producto de la educación del Estado sino que se nutran de todo el rico y amplio repertorio de ideas que están al alcance por medio del internet. Mucha de la gente está perdida y desorientada y fácilmente pierde la fe en sí misma. Quieren encontrar el norte verdadero. Esto es posible pero si bien el cambio de realidad individual es posible cambiarla con más o menos rapidez, la realidad social es lenta, casi imperceptible.

No debe dar pauta para perder la cabeza e irse a la irresponsabilidad, los problemas seguirán allí, irresolutos. Tenemos que empezar por algún lado, a mí se me ocurre (no por simple ocurrencia), empezar por emparejar la educación tanto académica como moral de los ciudadanos y de la población en general para concientizar al pueblo y no solo al pueblo de que perdemos más con la corrupción que haciendo un esfuerzo superior para fortalecer a la nación mexicana y de allí extender el fortalecimiento al Estado y el saneamiento del gobierno, una limpia profunda de su encarnada corrupción. 

No sirve de cosa positiva alguna, enseñar valores fuertes si en la realidad la práctica de la corrupción impera. El problema parece imposible de atacar y sin embargo, el ser humano es en todo caso el responsable para bien o para mal de su vida personal y en sociedad. Después de la Segunda Guerra Mundial casi toda Europa quedó devastada, la Unión de Repúblicas Socialistas soviéticas y ni que decir de los japoneses. Estos Estados por lo menos tuvieron o tienen su medio día. ¿Dónde está la respuesta?, en la nación entera, no en un gobierno triunfalista que oculta la flacura y debilidad del Estado. 

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