La
fe religiosa fundada por Manes en el siglo II de esta era, tiene dos principios;
el bueno y el malo en eterna lucha. El espíritu, postula, es de luz y pertenece
a Dios, el cuerpo pertenece a las tinieblas, al Diablo. La doctrina es mucho más
compleja que este pequeño extracto fundamental para ser entendida. Con todo,
esto es suficiente para analizar y entender el discurso de Enrique Peña Nieto.
Propiamente,
este dos de septiembre dedos mil dieciséis, Peña Nieto no dio un informe sino
un discurso sobre el bien y el mal, en el cual, el principio bueno lo
representa el, junto con todo su gabinete y, el mal, lo representa Andrés
Manuel López Obrador y Morena junto con sus simpatizantes. Todo lo bueno que le
pueda pasar a la nación mexicana es fruto del esfuerzo personal de Peña Nieto,
todo lo malo que pueda pasar responsabilidad de Andrés Manuel.
En
todos los rubros o escenarios que abarcó Peña Nieto, esta es la línea aunque en
apariencia se está hablando de cosas, circunstancias, hechos o actos diferentes.
En el discurso hay frases hechas a la medida como si la verdadera política
fuera materia de un sastre del discurso que puede con las palabras acomodar la
realidad y encaminarla hacia el principio bueno hasta que brote del mismo. Se
corta y recorta la realidad para acomodarla a un imaginario que pretende ser la
verdad única y radical.
El
discurso de Peña Nieto no puede desligarse de los ideales y alcances de la revolución
mexicana de 1910. Dos corrientes sobresalen el de los campesinos “Tierra y
Libertad”, y de los liberales “Sufragio efectivo, no reelección”, el primero pretendía
reivindicar a los más pobres, a los trabajadores de las grandes haciendas que anhelaban
vivir (románticamente si se quiere), de la tierra y sus productos con libertad
y, la de la burguesía que quería también un cambio pero parcial, únicamente que
el gobierno fuera electo sin que el mismo ex presidente y demás funcionarios públicos
se volvieran a reelegir. Lo primero se logró
a medias y lo segundo hasta ahora ha logrado detener a los más ambiciosos y la
prueba los son Salinas, Fox y Calderón.
Alrededor
de estos dos principios ideológicos estaba un círculo de derechos que eran
consecuencia de la caída de la dictadura de Porfirio Díaz, el reparto de
tierras, la democratización del voto, la creación de partidos, la creación de
instituciones y el ejercicio pleno de derechos sociales, económicos y políticos.
Esto se alcanzó de manera parcial y aún seguimos batallando por alcanzarlos en
plenitud.
La
soberanía nacional era la punta de lanza. Se pretendían derivados tales como la
soberanía política, la alimentaria, la energética y la económica en principio
y, de ahí seguir avanzando. La soberanía política no se logró pero si se protegió
al gobierno con la doctrina Estrada que cerraba las puertas a la crítica
externa; la alimentaria se palió con el reparto de tierras expropiadas; la energética se logró en buena medida con la expropiación
petrolera y eléctrica; la económica estaba con claroscuros porque a pesar de
tener el gobierno la rectoría de la misma, los Estados Unidos dictaban el
rumbo. A esto se le llamó Estado de bienestar al tener responsabilidad social
el gobierno.
Ahora
bien, con la implementación del neoliberalismo, se tuvo la necesidad de
desmantelar este Estado de bienestar y cambiar la ideología nacionalista por la
ideología de mercado. Los gobiernos en turno desde los años ochenta del siglo
pasado iniciaron este desmantelamiento en medio de la corrupción personal de
los mismos sin ningún beneficio para el pueblo. Se vendieron paulatinamente
todas las empresas estratégicas hasta llegar a la petroquímica con Peña Nieto. En
efecto, se trata de negar los principios de la revolución mexicana de soberanía
e independencia para volver a la dependencia en todos los rubros. Es preciso
negar el pasado que ahora significa un fracaso.
La
ideología oficial será como antes, en el futuro próximo, la privatización como
lo bueno y, el bienestar social como lo malo, por ser un modelo fracasado. En este
contexto, el presidente, aun se considera el símbolo “Salvador de México”, y, Andrés
Manuel el símbolo del “Modelo fracasado”. Esto sin duda alguna no es un informe
sino una batalla electoral por parte del ejecutivo federal. Una y otra vez se
cruzada el maniqueísmo en el discurso de Peña Nieto y, como tiene el control
del mismo sin replica inmediata puede a voluntad atribuirse el “Principio bueno”
y achacar “El principio malo”, a quien considere su enemigo, en este caso a López
Obrador.
Bien,
pero las ideologías, sean las que sean ocultan la verdad y la verdad, es que,
no podemos olvidar el pasado común ni echar por la borda lo que ya se había conseguido
como tampoco se puede aislarse del mercado. El punto central radica en que se
reformo en lo económico pero no en lo político ni en lo jurídico y, como
consecuencia, el presidente de la república es el principal corrupto y corruptor
del Estado mexicano.
Es
Peña Nieto el responsable de las matanzas, desapariciones forzadas, de la corrupción
propia y de su gabinete, es responsable de la endeble seguridad pública y de
los millones de mexicanos que, contrario a lo que sostiene, han caído en la
pobreza y la extrema pobreza., así como el reciente fraude electoral en las
entidades federativas de Coahuila y el estado de México y, no estamos hablando del
ámbito jurídico sino de la realidad. Cerrar los ojos a semejante corrupción es
seguir alimentando el sistema político corrupto y a los corruptos. No hay día
en que no se sepa un acto volitivo de corrupción del presidente o, de su
gabinete.
Ha
sido Peña Nieto quien se ha mostrado como el contrarrevolucionario de los
principios soberanos de la revolución mexicana, es quien ha terminado con la
poca independencia política, con el anhelo de la autosuficiencia alimentaria,
la soberanía energética, él es, quien ha privatizado lo que le ha costado a
cientos de generaciones de mexicanos construir lo público. Es Peña Nieto junto
con sus secuaces quien ha vendido el territorio todos los recursos nacionales,
lo común a los mexicanos a las grandes trasnacionales a través de todos los
medios más reprobables y en medio de la mayor corrupción posible. Si no había remedio
hubiera sido deseable un neoliberalismo al estilo suizo, sueco, islandés y no,
el neoliberalismo de amigos, de secuaces, todos corruptos y corruptores de lo público.
Con
todo, no todo está perdido pues el artículo 39 constitucional preceptúa que: “El
pueblo tiene en todo tiempo el inalienable derecho de alterar o cambiar la
forma de su gobierno“, este principio soberano es inherente al pueblo así como
su ejecución y, no de un individuo, fracción o grupo político.
Peña
Nieto no puede recetarnos el futuro, pues este no está plenamente hecho, son los
seres humanos los que, hacen la vida, bien o mal y lo público es tarea de la mayoría
respetando a las minorías, no es tarea de una persona y menos cuando esta traiciona
los ideales nacionales. El determinismo presidencial no tiene cabida siendo el
tan lerdo en lo virtuoso, de la misma manera se debe rechazar y combatir su maniqueísmo
de quinto orden. Hay que atender los hechos, los actos, las circunstancias y no
los discursos oficiales.