Se
odia a los abogados litigantes porque se está con ellos en franca lucha de
engaños y, si se les engaña son tontos si engañan son de lo peor. Para
desgracia son necesarios para tratar de reparar los desaciertos de las vidas en
todos los ámbitos del Derecho. Ellos necesitan ser encantadores y creadores de
mundos perfectos aunque se sepa que, esos mundos son pompas de jabón. Por lo
general, los abogados saben que no deben decir la verdad a sus clientes pues
los mismos no quieren la verdad sino consuelo a sus desgracias aunque sea por
un corto tiempo. Los peritos en Derecho saben muy bien que se deben a las
apariencias. “Hay que parecer para ser”, es la máxima de este gremio. Los
prototipos del éxito son los abogados con trajes sastre hechos a las medidas y
el glamour en las abogadas, conduciendo vehículos
caros sin importar que haya detrás de la fachada.
Por
el contrario, se tiene a los filósofos como los moldes perfectos de lo inútil.
Son indiferentes para la gente pues hablan de lo que no se entiende muy a
menudo con sus figuras desaliñadas cuando no hasta francamente descuidadas. Nos
presentan el ser de la realidad y al parecer ellos son el símbolo de lo que no
se quiere ser; a menos que sean de éxito comercial y vistan esos trajes de
aparador. Por lo general, se piensa en la vagancia y el vicio cuando se piensa
y se ve a los filósofos. Los físicos han hecho la vida más comprensible, los químicos
por lo mismo, los ingenieros y los arquitectos no les van a la zaga; todos con
gran utilidad; incluso los poetas son mejor bien vistos que los filósofos. Tan decaída esta la filosofía hoy día. Y, en
efecto, está en franca leprosidad. Con todo y no del todo, en algunas mentes filosóficas
es irrenunciable su labor modesta y a la sombra. Y, sin embargo, pocos, muy
pocos pueden probar las ideas de miel y esos mundos intangibles que elevan al
ser sobre todas las cosas como los filósofos.
Los
abogados gustan de las apariencias y los filósofos del ser. Los primeros son prácticos,
los segundos apuntalan el mundo de los primeros con sus juicios de valor y sus críticas.
¿Qué seria del Derecho sin la profundidad filosófica?. Pero también ¿qué sería
la Filosofía sin el pan de cada día que le da el Derecho?. Porque la lechuza de
Minerva solo despliega sus alas y levanta el vuelo al atardecer cuando ya todo
ha pasado. Solo después de que se han aplicado las leyes pueden venir los filósofos
a dar con toda su profundidad contra la fenomenología del Derecho y, a poner
ente la de duda lo hecho. Los abogados tienen menester del trueno y los relámpagos,
de los foros y la retórica; los filósofos del silencio y las penumbras para iluminar todo en la medida de lo posible.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario