El
descubriendo de Michel Onfray, un acontecimiento feliz y digno, me vino del excelentísimo
Sergio Ruiz Arias, (la ortodoxia huyó despavorida), y ese fue el inicio de la búsqueda
de la obra de este autor de mi parte. Tengo muy poco tiempo para leer, eso
vuelve esta misión todo un reto, más si se lee a Onfray. El reto se vuelve mayúsculo,
este autor no usa términos rebuscados pero si ideas intrincadas y recorre los
caminos con una maestría sin igual. Eso me deja lejos, muy lejos de lo que se podría
llamar legitima y legalmente filosofía. El pie tiembla y la mano se agita incontrolable.
No hablemos de las neuronas. Por Satanás.
La
estructura de “El sueño de Eichmann”, no es novedosos pero si sorprendente, ya
que Onfray combina filosofía, literatura y teatro, cosa que se ha creído imposible
desde “Los Diálogos de Platón”, y, sin embargo, con esta “pequeña” obra se
refuta la historia. Onfray, sale airoso y no solo eso, reivindica estos tres
rubros: literatura, filosofía y teatro. Por mi parte, me siento celoso y hasta
irritado por la grandeza de la “obrita”. “Humano, demasiado humano”.
Ahora
bien, no hay que perder el fin de la opus, se percibe ya la sutileza de jugar y
colocarse entre los grandes y no hay duda de ello, Onfray a traspasado su Rubicón
con el mismo éxito que el César, en cada contexto. Claro esto no se puede
escribir sin metal y para tal efecto, escucho Annihilator, Bien.
Sigo,
a Michel Onfray, no se le entiende, sin el combate a fondo en la moral, en el
poder, el arte, en la ética, en la teología, en el bien y el mal,
enmarcados en el escenario necesario de la poca participación de Nietzsche y
las doce de la noche. Con ustedes el
Gran Michel Onfray, que todavía respira.
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