La
privatización de la tierra a través de concesiones es más que solo una explotación
brutal, agotadora de los minerales y todos los recursos que en ella yacen o
subyacen, es, también el desarraigo de las personas y en especial de los
campesinos. Es matar el amor por la tierra, el espíritu mismo de la comunión de
los seres humanos con la naturaleza; se sigue viviendo y disfrutando de la
naturaleza pero ya de una manera nueva como una mercancía a la cual se pude
tener acceso a través del pago a su ingreso en reservas naturales. Los
campesinos siguen viviendo y trabajando la tierra pero ya no con el amor y preservación
de la misma sino como una fuente de negocios que le deben dejar las mayores
ganancias y sí, eso significa venderla no hay vuelta atrás. Por ello, la
desobediencia a tal mandato Neoliberal debe ser la desobediencia como un acto
de libertad para encausar en el sentido contrario el uso de la tierra, de la
naturaleza, antes de que se agote en este sin sentido de vivir desgarrados, huérfanos
de lo que los ancestros llamaban Madre Tierra.
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