El
concepto de ser humano con el de persona deberían ser las dos caras del mismo
ser, tanto como humano como persona. Los filósofos han tratado de definir a lo
humano desde diversas características; ya sea desde la racionalidad homo
sapiens, desde lo que hace homo faber, desde su pretendida condición sagrada
homo sacer o cualquier otra característica considerada en un momento
determinado. Se puede ver que el ser humano contiene la mayoría de estas características
en su ser y no desmembradas. Por otro lado, el Derecho ha sido menos prodigo a
la hora de definir al ser humano como persona sujeta de derechos y
obligaciones; una persona puede tener derechos y por ende, ejercitarlos pero también
puede ser sujeta de obligaciones; esto es, básicamente la persona en el
Derecho.
Ahora
bien, en el Neoliberalismo existe una práctica que lleva a tratar de definir
ese nuevo trato que se le da al ser humano y a la persona; en este contexto se
pierden tanto la definición filosófica como el concepto jurídico de persona y
se abre paso un nuevo concepto: el de cosa humana. La definición se puede
colegir como una tercera opción ya que no está basada en ningún concepto filosófico
de ser humano ni de las normas jurídicas sino desde el concepto de mercancía para
pasar de humano, de persona a cosa humana, bajo la premisa de que se puede manipular
como una mercancía debido a la pobreza extrema de la mayoría de los seres humanos.
Desde la miseria el ser humano, la persona no tiene otro valor que el de una mercancía,
se le puede manipular para que vote por migajas, se le puede matar sin que se
tenga que esperar justicia. Hay tantos pobres que sobra la mercancía. Es
evidente que hay una crisis respecto a los derechos humanos y a las garantías individuales;
los primeros no pueden ser protegidos por el gobierno ni los segundos hechos
valer ante los Tribunales. Allí están las declaraciones de los derechos humanos
y todo un aparato burocrático que muy a su pesar es ineficiente para brindar protección
efectiva; allí están los Tribunales Federales que se creería que están para
garantizar que los gobernantes tengan límites ante las garantías individuales;
con todo, es imposible tal tarea. El concepto de cosa humana se impone aunque
se diga lo contrario. El poder económico ha fijado un precio
al ser humano, una utilidad mercantil y lo ha llevado como se lleva al señor K, bien sujeto desde los hombros gasta las manos, sin escape, directo a la piedra del
sacrificio sin que sepa la razón de su muerte porque no la hay.
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