El
lenguaje de los abogados en la práctica jurídica es escueto, va a los hechos de manera lacónica sin adorno en
el lenguaje, su discurso es breve, así se lo exige la práctica, la ley. Por el
contrario, el filósofo tiene un lenguaje enredado, oscuro y tiene que echar mano
del largo discurso para explicar un solo hecho.
La
verdad jurídica teórica es dogmática y en la práctica prevalece la verdad legal
sobre la real. Sin embargo, el divorcio entre la verdad real con la legal no es
absoluto y en muchas ocasiones se acercan tanto que se pueden ver
frecuentemente (no tanto como se desea), que dichas verdades casan casi en perfecta
armonía; si esto no fuera así, de continuo correría sangre a diestra y siniestra
por este solo hecho. En el caso de la verdad filosófica, esta empieza también por
los dogmas, por la historia y a poco se torna contra su pasado, reformando cuánto
hay de poco sólido y parte en busca de nuevas verdades libres del dogma de
antaño. Como toda verdad científica, las verdades jurídicas o filosóficas son
provisionales.
Ahora
bien, entre los filósofos y los juristas se prefiere a estos últimos por su
tono de lenguaje, por su sello de sabiduría. Con todo, el lenguaje jurídico no
deja de estar preñado de verdades tan importantes como el filosófico. Solo que
nos ponemos nostálgicos a la hora de escoger como una tendencia hacia la madre
de todas las ciencias. Aunque últimamente las verdades científicas se han
colocado en el trono de la verdad verdad con su lenguaje exactísimo.
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