Mucho
se ha dicho sobre el significado del “El Espíritu de las Leyes” de Montesquieu
y se ha llegado erróneamente a decirse y a sembrarse en las cabezas vulgares,
aunque formalmente tengan grados académicos de licenciatura, maestría o
doctorado en Derecho, que tal espíritu es en primera y última instancia lo que
las leyes quieren decir oculta pero verdaderamente a pesar de las palabras.
Claro que la palabra espíritu tiene sus dificultades dado a que puede tener un
significado metafísico o ser el cúmulo de lo que el ser humano va acumulando en
su cerebro y utilizarlo para encarar el mundo. Muchas veces se dice que tal o
cual persona es de espíritu libre para señalar su carácter. Es de señalarse que
Montesquieu es netamente un pensador profundo pero también profundamente
religioso; esto aumenta la dificultad para entenderlo. Con todo, el mismo
Montesquieu nos da la respuesta de lo que es el espíritu de las leyes. En su
obra “El Espíritu de las Leyes”, nos manifiesta claramente que la ley es en
general la razón humana regulando el gobierno de todos los pueblos.
Evidentemente esto hace más compleja la cosa dado a que se declara racionalista
y la razón pura se ha mostrado tener sus limitaciones más cerca de lo que se
creía en la época de la Ilustración.
A
pesar de todo Montesquieu es claro, aunque desacertado en lo fundamental de su
teoría, ya que la posteridad y en el caso mexicano en concreto se conoce su
obra deformada y no se piensa un minuto en lo que dice. Lo fundamental de esta
obra, es decir, el inicio, es hermosamente sistemática. Al leer la obra se topa
uno con mil y una calles, callejones, plazas, caminos que se pierden en la
distancia y un sinfín de cosas maravillosas pero viejas por ver y fácilmente se
está en peligro de extravío; sin embargo, inmediatamente sale el arquitecto,
constructor y dueño de la ciudad para volverse un anfitrión sumamente delicado,
amable y por sobre todo lucido que muestra cada lugar con suma luz que se queda
uno maravillado de tan grato paseo y de lo fácil que resultó ser a pesar de la
primera vista.
Desde
el título de su obra nos dice de lo que va a tratar: Del espíritu de las leyes
o de la relación que las leyes deben con la Constitución de cada gobierno, las
costumbres, el clima, la religión y el comercio etc”, y tiene un que sonrojarse
al no haber advertido que había una placa en la entrada de la ciudad anunciando
lo que en ella había. Por si esto fuera poco al término del capítulo tercero
del libro primero nos recalca que su obra trata sobre las relaciones que
existen entre las leyes y la naturaleza física del país, con cada clima en
particular, a la extensión del mismo, a la vida de cada pueblo, el grado de
libertad, al número de habitantes y todo lo que tenga que ver estrechamente con
el gobierno particular de cada pueblo.
Finalmente
remata diciendo ”Examinaré todas esa relaciones, que forman en conjunto lo que
yo llamo espíritu de las leyes”. Es decir, que el espíritu de las leyes son las
relaciones que existen entre estas y las condiciones naturales, sociológicas,
políticas, culturales, de extensión territorial, del número de habitantes, el
grado de libertad, las tradiciones, los climas y todo lo que en ello
intervenga. En pocas, muy pocas páginas Montesquieu, de manera magistral deja
en claro lo que se debe entender por “espíritu” en su obra.
En
México fatalmente se lee poco y se entiende mal lo que se lee. He tenido la
fortuna de leer y de escuchar a los grandes “pensadores” de nuestra nación y me
han dejado perplejo con sus conclusiones. Eso no significa que el suscrito sea
un titán del razonamiento ni de la sabiduría ni cosa que se le parezca, dado a
que la Filosofía me ha enseñado las limitaciones del conocimiento humano. Por
el contrario digo que los intelectuales que tienen en sus manos (debería decir
en sus cabezas) la enseñanza de la juventud académica deberían tener el cuidado
de dar el rico fruto del conocimiento en su parte esencial, con lo que harían
más sabrosa y provechosa la formación de los estudiantes. Pero no, en lugar de
miel lanzan al aire trozos deformados de la verdadera ciencia y se van muy
ufanos esperando que las cabezas inmaduras del estudiantado por si mismas
compongan todo y den por obra de no sé qué espíritus los frutos novísimos y provechosos de tan mala siembra.
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