domingo, 25 de noviembre de 2018

EL FIN DEL PARTIDO REVOLUCIONARIO INSTITUCIONAL




El Apocalipsis puede ser un cuento largo de rendición de cuentas de la especie humana para con su creador. Sin embargo, puede ser paradójico pero a los miembros del Partido Revolucionario Institucional les llego su Apocalipsis, sin que siquiera los sospecharan pero ni de lejos. La sorpresa fue tal que aún no salen de su estupor; se les ve deambulando por los más oscuros rincones mascullando una vigencia y poder que se les evaporó en las manos.

El PRI tenía un solo fin como movimiento dictador, el control total de la política mexicana; esa era su meta principal, su fin y sentido de ser. A lo largo de un poco más de setenta años la maquinaria de Estado funcionó a las mil maravillas a pesar de todos los intentos de democratizar la política y la vida pública de los mexicanos. La coraza tejida alrededor del partido único de Estado era impenetrable a simple vista y fueron necesarios los factores externos para que los internos pudieran horadar los centros nerviosos del régimen presidencial. Sin la orden de privatizar del Fondo Monetario Internacional no hubiera sido posible el cambio de régimen y es que, a cada grado mayor de privatización de lo público el poder presidencial se diluía y no pusieron cuidado de subsanar esa carencia. Las trasnacionales se apropiaron de ese poder al punto de dictar el rumbo de la legalidad constitucional para dar la apariencia de justicia, legalidad y legitimidad.

A la par de la pérdida del control económico a través de la rectoría de la economía se iba gestando la parcialización del poder político. En su mayor auge el Presidencialismo era el que dictaba casi toda la vida pública del Estado mexicano. No había puesto importante que el presidente en turno no decidiera sin oposición genuina y eficaz. Pero con la formación y surgimiento de más partidos políticos se fue desgajando ese poder político de una manera gradual e imperceptible para los más sagaces políticos oficialistas. El regreso del PRI a la presidencia de la república con Enrique Peña Nieto fue una ilusión óptica que dejo mudos a todos. Se creía que las elecciones del uno de julio de dos mil dieciocho iban a ser un mero trámite que se podía salvar con el dispendio de los bienes públicos hacia dichas elecciones. La realidad fue muy diferente.

Hay otros factores externos e internos que explican la caída del régimen y que deben ser explorados con exactitud y profundidad para explicar lo que hasta ahora no se han podido explicar. Entre otros factores externos se encuentran la mundialización de la economía y la globalización de las ideas a través de las redes sociales. La toma de conciencia de una aldea global fue y es tan importante pues puso a los seres humanos cara a cara y que los mismos tomaran conciencia de sus carencias políticas y de todo tipo y el dolor de unos era un eco de los otros. Se vio como el poder político tenía las mismas raíces de corrupción en todo el mundo y se inició un descreimiento sobre los hombres y mujeres del poder.

Los factores internos son más o menos conocidos y no están en contraposición con los externos sino que son sus complementos, sus efectos o sus correlatos. Con la pérdida de sus dos principales puntales, el monopolio del manejo del poder económico y del político la muralla del Presidencialismo se fue desmoronando al punto de poder seguir minando el poder del presidente en turno hasta su desacralización y pase al mundo ordinario. Y, en se mundo ordinario los presidentes no sabían y no saben conducirse. Les hace falta la pompa, los ritos, la ilusión óptica de seres superiores.

Un punto que no se ha tocado lo suficiente es el del cambio de forma de pensar. El factor psicológico es tan importante, básico para el derrumbamiento del Presidencialismo. Hay frases vergonzosas que reflejan la compenetración del régimen en la psique colectiva. “El PRI roba pero deja robar”, únicamente que no se quería aceptar que de tanta corrupción y merma de los público un buen día se tenía que pagar la factura en diverso ámbitos y en lo político más.  

Este hecho inmaterial pero no por eso inexistente tiene su efecto en los hechos reales pues es primigenio el convencimiento de la situación exterior para actuar en consecuencia. Esto fue en grados crecientes hasta que logro romper el antiguo convencimiento sobre el regimen político priista  tan rígido que los miembros mas importantes del PRI nunca pudieron leer correctamente los actos y hechos de la democracia y quedaron pasmados, sin reaccionar y esto se debe a que este partido nunca estuvo diseñado para el cambio, para mutar a la par de las nuevas circunstancias reales y psíquicas.  

Por otro lado, el Estado mexicano era empresario pues tenía cientos y cientos de empresas que daban trabajo a millones de mexicanos. “Vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”, reza otra frase desvergonzada y acuñada por el cinismo de la burocracia ordinaria. Con todo, los recursos de todo tipo no son inacabables. Con la privatización de las empresas públicas se fueron perdiendo los votos corporativistas y la fe en el presidente hasta que se perdió toda la lealtad al régimen político.

El agotamiento del régimen político-económico y social fue gradual. La toma de conciencia de que el Presidencialismo ya no respondía a las demandas de la población y que esta iba gradualmente también cambiando se instaló en la psique de los mexicanos hasta que un buen día decidieron ejercer lo que se les había negado su voto libre. Qué maravilla. Una nueva era se abrió para la vida del pueblo sin que los antiguos todopoderosos políticos puedan hacer algo al respecto. El PRI ha llegado a su fin por lo menos como actor principal de la política mexicana. 

Esa conciencia dormida despertó y actuó y con ello abriendo la caja de Pandora que arrasó con todo lo viejo y tradicionalista. Se está en la búsqueda de un nuevo credo político que tenga sentido para los mexicanos, que dé respuesta a las nuevas circunstancias y demandas a la vida pública de los mexicanos. No hay duda. Como toda ruptura estos momentos son de rispidez irreconciliable. Está por un lado la euforia de los ganadores y la rabia de los perdedores, ambos rodeados de niebla, de incertidumbre. Quien haya analizado las tres Transformaciones anteriores sabe los peligros a que en estos momentos se enfrenta el pueblo de México. La moneda está en aire y no se sabe de qué lado caerá hasta pasado veinte o treinta años a lo menos.

El matrimonio político que existía entre el Partido Revolucionario Institucional y el pueblo de México se terminó y muchos saben que pasa cuando un matrimonio se termina. Simple y sencillamente no se puede remediar ya. El partido único de Estado perdió su sentido y fin totalitarista al desmembrarse como lo hiciera el rey Cleómenes “El Loco”, en la antigua Esparta. Ya el PRI no tiene un pueblo que someter ni los medios. A cada intento de buena fe incluso, se llega a batallas encarnizadas en que ninguna de las partes da tregua ni cede terreno. Eso, aunque los saben los priistas y panistas se niegan a aceptarlo esperando lo que nunca llegará, una reconciliación. Se terminó.  Y, a cada intento de regreso al poder el pueblo responderá con un rotundo no y combatirá a estos políticos de viejo cuño. Una noche oscura, un nuevo amanecer se ciernen en la política mexicana. Euforia, rabia, niebla alrededor. El Apocalipsis ha llegado; todo se terminó. Es la hora del juicio final.

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