CAPÍTULO
XIV
DE
LA MANERA DE LAS CASAS REALES
Es
una lástima que se hayan terminado algunas cosas y formas de vida que eran
sanas que no son de creerse. Para mí fue natural crecer entre las formas provincianas
y vivir de manera directa algunas formas que perduraron gasta mi edad adulta, a
los veinticinco años más o menos. De jóvenes, los mayores nos ensenaron a desgranar
el maíz refregando una mazorca con otra y al trabarse los granos se lograba el
objetivo. También se hacía a mano que era más trabajoso o se hacía una rueda
con los olotes bien apretada con un lazo o con fleje de fierro; con este
artefacto se lograba desgranar de una forma eficiente. Toda una maravilla.
Ahora
bien, había trojes o cencalli donde se guardaban las mazorcas; estaban hechas
de tablas de pirú u otros árboles y eran una maravilla pues no se descomponía
el maíz del año anterior y aun de años anteriores ni le caían plagas que lo
hicieran no comestible. Generalmente se construían a una altura de medio metro
del suelo y con las aberturas naturales entre las tablas que aireaban las
mazorcas con lo que se mantenían frescas. Y, claro las mujeres hacían nixtamal,
tamales y atole. El nixtamal le echaban cal de piedra que hervía y ya listo el
nixtamal; este lo molían en el metate y cuando hubo molinos lo llevábamos muy de
temprano para su procesamiento.
En
efecto, la alimentación era artesanal y muy sana pues a pesar de hacerse el fuego
con leña todo era muy limpio y con una sabrosura sin igual. Generalmente, junto
a las viviendas había una parcela donde se cultivaba maíz, frijol, calabaza y
otros vegetales. Mi madre solía hacernos quesadillas y para ello íbamos mis hermanos
y yo a cortar flor de calabaza y epazote. Las tortillas se hacían a mano y después
con un aparato hecho de dos tablas con sus goznes y una palanca. Para que no se
pegara la masa se le ponía dos partes de una bolsa de plástico y era de verse
como se cocían las tortillas sobre el comal bien barnizado de cal y soportado
por tres piedras.
La
salsa era una delicia pues se hacía con jitomates, chiles, cilantro y ajo
cultivados y cosechados en la misma parcela o la de los vecinos que nunca se vendían
o cobraban sino que se compartían pues en las parcelas aledañas se cultivaban
lechugas, rábanos, huazontle, flores de todo tipo y todo lo que hacía falta
para la alimentación. El molcajete con su temolote no solo servían para hacer
la salsa sino también para moler la sal de grano. La obesidad no era un
problema.
Por
si esto fuera poco se criaban vacas, borregos, chivos, caballos, gallinas y
gallos, al punto de no hacer falta comprar muchos artículos para comer. El
abono que producían los animales se usaba como fertilizante. El agua se sacaba
de la tierra a través de pozos que se hacían a mano con barretas. Había gente capacitada
para encontrar agua con el uso de varas de pirú o de otros árboles que se
doblaban cuando encontraban un manantial. El agua corría por toda una red de caños que abastecían
a toda la gente. El agua para beber se sacaba de los pozos, se hervía y se ponía
en jarras de barro que la mantenían fresca. Bien, esto fue herencia ancestral.
Paso a dar el antecedente.
5.-
DE LAS TROJES O ALHÓNDIGAS
1.-
Otra sala del palacio se llama petlacalco.
En este lugar posaba un mayordomo del señor, que tenía cargo y cuenta de todas
las trojes de los mantenimientos del maíz que se guardaban para proveimiento de
la ciudad y república, que cabían a cada dos mil fanegas de maíz, en las cuales
había maíz de veinte años sin dañarse; también había otras trojes en que se
guardaba mucha cantidad de frijoles.
2.-
Había también otras trojes en que se guardaban todos los géneros de bledos y
semillas; había otras trojes en que se guardaba la sal gruesa por moler, que la
traían por tributo de tierra caliente; también había otras trojes en que se
guardaban fardos de chile y pepitas de calabaza de dos géneros, unas medianas y
otras mayores.
3.-
En estas alhóndigas estaban también de aquellos que hacían algunos delitos, por
los cuales no merecían muerte[1].
[1] De
Sahagún, Fr. Bernardino. Historia General de las Cosas de Nueva España.
México. 2006. Editorial Porrúa. Colección “Sepan
Cuantos…”. Página 449.
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