Es
bien sabido que uno de los peores males que tiene la nación mexicana y en
especial en la política es, la corrupción pública que se ha extendido desde
hace cientos de años a todos los rincones de la vida aun la privada. Básicamente,
con el Presidencialismo mexicano se hizo oficial la corrupción en lo público.
Los gobiernos en turno se sostenían en el poder, encabezando los excesos y haciéndose
de la vista gorda para con sus subordinados. Esto se hizo una forma de vida.
La
gran mayoría de la gente encaminaba sus pasos hacia la política a sabiendas de
que allí estaba a disposición lo público para pasarlo en lo particular a lo
privado. De esta manera se hicieron grandes fortunas y no pocos han vivido, prácticamente
sin trabajar de la política. Esto daría como resultado la debacle del régimen priista.
Hay
frases vergonzosas de esta práctica desviada que pintan claramente este
lamentable estado. “Vivir fuera del presupuesto, es vivir en el error”, “El PRI
roba pero deja robar”, “El año de Hidalgo, chingue su madre quien deje algo” y
en efecto mucha gente entró a la burocracia para vivir en la simulación del
trabajo; otros que no entraron a lo público se contentaban con ser corruptos en
similitud con el gobierno, en el pináculo de la corrupción los gobernantes y políticos
se encargaban en el último año o mese de ese último año a llevarse hasta las
sillas de las oficinas aunque parezca sorprendente.
Al
parecer este 11 de julio de 2018, se inicia la sanación de esta mala práctica
de alcanzar el éxito material y económico a través de corromper lo público. Andrés
Manuel López Obrador hizo lo correcto al dar la pauta para que los recursos económicos
y materiales de la federación sean vigilados por coordinadores que él,
designara. Ya algunos gobernadores y políticos han manifestado su rechazo a tal
medida. La disminución del salario es otra de las medidas que no se han
aceptado públicamente y menos en forma privada. Claro esto debe aplaudirse y
apoyarse por el pueblo en general.
Si
en ámbito de los ajenos no hay aceptación a las medidas de austeridad; los
propios gobernadores, senadores, diputados federales y locales y presidentes
municipales han sido advertidos de las prohibiciones y de las consecuencias
ante actos de corrupción. Esto es lo correcto y se le debe dar todo el apoyo al
presidente electo para que tenga buen fin su buena intención. Aparentemente,
todos acataran las órdenes dadas; sin embargo, nunca faltan los pervertidos
que, a pesar de saber las reglas las brincaran.
Los
impulsos primarios no se pueden dominar y reprimir sin los castigos ejemplares.
Hay funcionarios electos de Morena que son impresentables por decir lo menos.
No lo digo por decir conozco a muchos que, al haber fracasado como
profesionistas y muchos más en la vida privada se han encaminado y ante el
asombro de muchos están ya electos para ser funcionarios públicos. Esto no es
de sorprender. Ha si ha sido por mucho tiempo. Homo homini lupus (El hombre es
el lobo del hombre), ha dicho acertadamente Thomas Hobbes y hay muchos lobos
acechando y en espera de entrar en funciones. Las buenas intenciones siempre
tienen como examen la práctica diaria.
Para
tornar el servicio público digno se necesitan valores y, claramente muchos
funcionarios electos no tienen esa calidad ni la calidad legislativa, más bien
son bisoños en este rubro pues muchos que conozco son incapaces de escribir
cien palabras coherentemente. A sabiendas de esto hace falta una sola voluntad
en torno a la cual se aglutinen todos los demás para marchas en unidad. Quizá con
el tiempo, la inculcación de valores y su práctica consuetudinaria mejore en
algo la política. Los seres humanos se vuelven virtuosos con la práctica de
virtudes, ha dicho por los filósofos.
Ahora
bien, no se debe ser ingenuo al pensar que con una sola voluntad se puede
lograr el virtuosismo en la política, campo demasiado lleno de tentaciones y
pocos frenos legales, morales y éticos como para no caer una y otra vez en la desviación
del justo medio, es decir, la virtud. Hace falta, a mi juicio, leyes que sean
el dique primero que defienda lo público, hace falta que el pueblo se torne aún
más político en la medida de que participe críticamente en lo público y hace
falta un órgano judicial en sus tres niveles que impartan justicia recta ante
las desviaciones de los gobernantes y políticos.
Claro,
hacen falta organismos ciudadanos que puedan vigilar las actuaciones públicas
de los funcionarios, sería muy provechoso que las universidades y otros cuerpos
colegiados participen autónomamente en la vigilancia pública. Como se ve hace falta todo un cuerpo de leyes
y todo un ejército de órganos, organismos ciudadanos y aun los ciudadanos en lo
singular para cuidar lo público con el riesgo siempre latente de que se
corrompa lo que apenas es una buena intención.
Por
lo menos, López Obrador les ha dicho a los legisladores no más gestores sino
legisladores. Bien sabe Andrés Manuel que con esa excusa los legisladores se
llevan enormes tajadas de los publico, remato haciéndoles patente la austeridad
republicana a la que no quieren llegar ni están acostumbrados muchos pues
precisamente querían que “les hiciera justicia la revolución”, saliendo de su
pobreza material y entrando el reino de las penumbras de lo público sin importarles
leyes, ética ni moral.
Es
de esperar que si esta austeridad republicana se logra en la medida del justo
medio, esto sea el inicio de una nueva forma de vida moderada pero rica en
virtudes. Cuando un pueblo ha sido virtuoso lo público ha sido bueno. Ninguno
por debajo de las leyes pero ninguno por encima de ellas, es la meta utópica pero
siempre guía de las naciones.
Por
lo pronto, no hay que aminorar la marcha ni el apoyo ni las críticas en las desviaciones
al gobierno electo pues lo público, su éxito o su fracaso no es de un grupo ni
de un solo ser humano sino del pueblo en general.
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