
La
idea del dios único y creador de todas las cosas y la práctica de la religión
fundada en esa idea, están tan corrompidas al grado de convertirse; la primera,
en una máscara de piel muerta y la segunda, en un veneno exquisito para los
débiles. Esta farsa mantiene a los ignorantes bajo su yugo y los utiliza de las
formas más perversas y monstruosas que puedan imaginarse. Es una religión que
en el discurso destila miel por todos lados pero en la práctica supera en cada ministro de culto, salvo sus raras excepciones, al
peor violador, al peor ladrón al peor asesino, al peor pecador y al peor veneno
inventado jamás. Por todos lados se ha colado la cínica práctica de jurar por
ese Dios y de hacer todo por ese Dios y en realidad justificar todo con esa
idea falsa. En Dios confiamos pero matamos a los que piensan diferente por esa
sola razón; Dios es nuestro señor pero no tenemos empacho en ver de manera
indiferente a todos aquellos que han caído en desgracia por la acción del
Estado al servicio de unos pocos. La iglesia dice salvar almas y en ese
contexto vuelve desalmados a los seres humanos. No nos preguntemos que vale un
Dios así y una práctica así de torcida sino que valemos nosotros como homo
sapiens sapiens.
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