EL TOTALITARISMO COMO FORMA DE VIDA
Vivimos
en una época de mucha información, pero de la mediocridad del internet. El
saber profundo hasta hora se ha alcanzado con la disciplina, el sacrificio y la
dedicación de leer, de volver a leer, pensar y, volver a pensar en el marco de
la vida práctica. Y si es posible escribir para no olvidar.
Hemos
iniciado una navegación bajo la estrella de la democracia y como toda aventura trágica,
no es seguro llegar a buen puerto ni permanecer en el mismo mucho tiempo. El
devenir se vuelve un fin en si mismo. Nunca parar demasiado. Las nuevas
generaciones no lo saben ni de lejos. Hemos estado en la abundancia, en la
tierra prometida, pero hemos vivido en desiertos; entre lobos y fieras. Parecería
que esto es una exageración, no lo es.
Nos
gobernaba un monstruo, el peor de todos los monstruos inimaginables. Un partido
único de Estado, el Partido Revolucionario Institucional. Su método favorito
era el Totalitarismo tanto en la vida publica como en la privada. El partido lo
era todo. El control era casi total. La libertad y la justicia meras mascaras
que ocultaban al mas terrible de los males. Se impuso un lenguaje hecho para
las cortes imperiales y por lo tanto falso. Había hasta cierto punto una
amabilidad institucional que ocultaba la brutalidad mas cuando era necesario salían
a relucir los garrotes y las bayonetas. Todo bajo control por décadas.
Si
en lo político el totalitarismo era la camisa de fuerza, el método efectivo de
control. En la impartición de justicia era la inmovilidad proveniente de ese
totalitarismo. Para conservar el régimen político las leyes eran anacrónicas justo
hechas para vivir en una quietud sin esperanza. La aplicación de las leyes
tenía su eje central en la confesión. Que era una pre-sentencia a la voz de “A confesión
de parte se relevan las demás pruebas”. Y, las confesiones en materia penal se obtenían
bajo todas las formas inimaginables de tortura. Era un verdadero reino de
terror que se paliaba con dinero; es decir, con corrupción. En materia civil se
seguía la misma formula sobre la confesión.
Una
mirada a los últimos 50 años en que se gobernó bajo el régimen totalitarista cansa
la vista pues es como ver una misma carretera, un mismo paisaje en el que se
niega la vida pensante. No es de extrañar que no se hayan escrito obras jurídicas
de relevancia ni tratados sobre el Estado o sobre política distintos a lo ya
establecido y aprobado por los gobernantes. La justicia era un Talos, un autómata
al servicio del presidente y los gobernadores. Quizá del año 2000 para acá las
ruedas de las leyes y su aplicación hayan iniciado un lento avance que no
alcanza para remediar los males.
En
lo social había señores a la manera de los feudos. El primer señor lo era el
presidente de la república. Tenia toda una corte compuesta de su primer circulo
y de gobernadores. Estaban también los grandes líderes sindicales de los
obreros y los caciques de las organizaciones campesinas. Era un entramado que
no permitía la disidencia ni hablar mal del régimen. Todo ello, enmarcado en
una parafernalia emanada de la revolución mexicana. Todo se hacia abajo los
tiempos oficiales y los tiempos religiosos que se concedían con tal de mantener
la paz. El Estado mexicano funcionaba como un reloj y su único relojero era el
señor presidente. Patria, patria y nacionalismo. Que tiempos idos.
Lo
religioso estaba de la mano con lo político. La misión de la Santa Madre
Iglesia era mantener ciego al pueblo con los cuentos de la vida eterna o del
infierno y funcionaba a las mil maravillas. Cómo sería esa nulificación de la
conciencia que todavía hay quien añora todo eso y clama se ponga en práctica nuevamente.
Dos poderes sumados para la buena causa del control social.
En
el arte musical, El Santo Oficio, lo constituía Televisa con su programa “Siempre
en Domingo”, un adoctrinamiento cultural sin par. Horas y horas de sana diversión
cada domingo. Justo lo que papá necesitaba después de una semana de arduo
trabajo en el campo, las oficinas o las fábricas. Un programa familiar que
continuaba la obra enajenante que hacían los sacerdotes en las iglesias. El
programa era dirigido por un sujeto impresentable pero útil a la causa.
Lo
que muchos escritores ilusos escribían como mero tanteo de una posibilidad de
la realidad; aquí, se vivía todos los días. Claro, se echaba el polvo del
engaño a propios y extraños. Máxime que se tenía la doctrina Estrada como
cortina de hierro para evitar las criticas de fuera. Que no se sepa lo que pasa
en México. Todo estaba tan oculto y simulado que, no se podía definir lo que
era el Estado mexicano. Ahora han caído las vendas, pero en aquellos tiempos había
otra Santa Inquisición, Gobernación. El Secretario de Gobernación velaba por
que se supiera lo que convenía al gobierno, cuando se quisiera y por quien se
designara. 24 horas, un noticiario hecho a la medida del régimen. No sentir vergüenza
por todo esto es no tener conciencia.
La
libertad, la justicia, la democracia, la transparencia del Estado siempre está
en peligro. Los políticos siempre ven el poder como el único bien al que pueden
aspirar y si para ello, es necesario crear un infierno en la tierra, lo harán como
si eso fuera lo mas normal del mundo. Y quizá así sea. Lo único que se puede
hacer es luchar todos los días por esos principios políticos y de la vida. Una
sociedad altamente politizada en conciencia es la única garantía de equilibrio
siempre en peligro.
Un
día el monstruo totalitarista estaba allí y al día siguiente al parecer había volado
hasta el confín del mundo, amenazando con regresar. La gente salió a las calles
a festejar. En la cara de muchos reinaba la estupefacción. No podía ser. Se les
hacia irreal como si esto fuera un acto de prestidigitación y pronto reaparecería
para su tranquilidad. Paso un día, dos y los subsiguientes y únicamente los
ecos de la tumba se escuchaban. Pareció como si la pesadilla se hubiera
desvanecido en el aire. Y quizá realmente lo hizo.
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