México,
o mejor dicho, los mexicanos somos un pueblo de leyes. Con todo, no nos gusta
observar las leyes, tanto por la corrupción institucionalizada como por ser más
fácil sobresalir infringiendo las leyes. Quienes descollan sobre los demás a
toda costa se les llama chingones. Ser chingón es la forma que lo abarca todo
en nosotros los mexicanos. Somos un pueblo que no le gusta la realidad, no
sabemos cómo lidiar con la verdad. Preferimos la farsa como forma de vida.
Estas dos formas, ser chingón y la farsa se entrelazan para dar paso a la forma
de vida de los mexicanos.
La
farsa la vivimos como comedia, drama o tragedia. No importa que se sea o a que estrato
social se pertenezca siempre se usara la farsa para presentarse ante los demás.
No es raro que los abogados se presenten como los mejores sin serlo, los médicos
lo mismo y todos los profesionistas siguen este modelo. No es raro que en los
perfiles en las redes sociales nos presentemos con todas las virtudes pero en
la realidad no se nos halle como tales sino todo lo contrario y, entonces nos
irritamos sobremanera.
Es
muy significativo que, el presidente salga a pintarnos un mundo que únicamente en
su mente existe; es evidentemente una farsa puesta en escena, generalmente,
ante miles de acarreados o miles de pobres que únicamente están por la fuerza o
por la compra de su voluntad por una dadiva sacada del erario. No es casual
que, descubierta la farsa el presidente se enoje y salga a echarle en cara el
pueblo sus reclamos y al parecer no entiende el “irracional enojo social”. El
pueblo ni tardo ni perezoso le lanza sus dardos preñados de sarcasmo ante lo
cual el señor presidente solo le queda hacer gestos de incomprensión.
En
política, no es raro que los políticos nos vendan mundos utópicos que nunca se
logran pero en la vida privada no es justamente diferente sino que, seguimos la
misma forma de farsa. Hasta el más modesto de los mexicanos se nos presente
como un chingón; no es raro que en las reuniones salga más de uno con historias
o relatos de cómo ha salvado tal o cual situación embarazosa de una forma singular,
increíble. Tampoco es inusual que nos presentemos vestidos y revestidos de
todas las virtudes y revestidos de facultades extraordinarias. No necesitamos
de héroes fantasiosos externos somos nuestros propios héroes fantasmales.
Ser
chingón, es conquistar a una mujer con el único fin de tener sexo y, también se
chinga uno a los hombres a través del albur. Somos chingones por no pagar
impuestos o por lograr cosas o bienes violando las leyes o las normas morales
sin importarnos las consecuencias. Mientras más corruptos más chingones somos. No
nos pasa inadvertido que esto nos pasara la factura tarde que temprano y
estamos en esa escena. Nunca como hoy el haber vivido en la farsa y en el
chingar nos está cobrando esas dos formas unidas tan nocivas para la vida. La corrupción,
el chingar a los demás nos ha traído a una profunda crisis política, social y económica.
Hoy,
se muestra más patético el presidente cuando sale a dar cifras y por más que
pinta mundos irreales con colores brillantes estos se no logran presentarse
ante el público esta farsa de comedia se traduce en una farsa dramática para más
o menos sesenta millones de mexicanos o se nos presenta como una farsa trágica con
cada hecho mortal o con cada acto criminal o delictivo. Somos los pobres los
que padecemos con más rigor esa forma de chingar a través de la farsa de lo que
no somos o de traer a escena una realidad que carece de toda verdad.
Quizá
sea hora de dejar de ser chingones y de encarar la realidad sin esa farsa que
no se sostiene sin el andamiaje de farsa que estamos dispuestos a tolerar
porque participamos de la misma. Dejemos la farsa y pongámonos serios ante los
problemas nacionales, ante nuestra vida pública y, privada y actuemos en
consecuencia. Reconozcámonos en toda nuestra realidad y partamos de allí hacia un
nuevo estadio pues de tanta farsa nos hemos convertido en payasos, en
comediantes, en dramáticos y trágicos evitando ver la realidad.
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