El
mito del paraíso es un buen medio para explicar la perdida de la inocencia y de
la separación entre el género femenino y el género masculino. Sorprende ver que
Eva y Adán, aunque vivían en pareja y hacían las cosas de la vida juntos, no se
querían. Vivían sin amor sin consciencia de su unidad. Por ello cuando el Dios cristiano
los reprende duramente por haber comido del árbol de la Vida y el árbol de la Ciencia
del bien y el mal, Eva no socorre a Adán en su defensa y este, no duda en
acusarla como la culpable. Desde entonces, es decir, desde la perdida de la
inocencia y la toma de consciencia de las diferencias entre el hombre y la
mujer existe una batalla diaria por cerrar la brecha intangible pero casi
impenetrable de volver a la unión de los dos géneros en uno. Eso solo se logra
con el amor verdadero en donde ambos conservan su libertad y se gozan físicamente
pero se alegran con su amor.
En
política. Pasar del Estado natural al Estado de derecho se suponía era unir lo
que estaba desunido. Pasar de la pluralidad de voluntades a una sola: la soberanía
nacional. Donde el pueblo manda y los funcionarios obedecen. Sin embargo, en
este rubro pasa lo mismo. Todos los días se libra una batalla por cerrar esa
brecha casi infranqueable que separa a los gobernantes de los gobernados. La solución
es compleja pero posible. Es menester que se hable un mismo lenguaje. Tal y
como en el mito de Babel, en donde los seres humanos se ponen de acuerdo para
convertirse en superiores y les es fragmentado el entendimiento a través de la
pluralidad de lenguas por el temor al poder que pudieran alcanzar, pasa lo
mismo en la política; se crean diversos
partidos para tener diversas formas de pensar que son diversas formas de hablar
en el sentido literal y profundo para no llegar a un entendimiento y por ende,
no poder usar, el pueblo, su poder soberano contra los dioses de la política:
los políticos.
Si
en la desunión entre los géneros la cura es el amor libre de ser; el remedio en
la política fragmentada es la solidaridad de los ciudadanos sin importar al
partido que pertenezcan siempre y cuando busquen su ser en la democracia, la
solidaridad, la justicia y todos aquellos rubros fundamentales de la vida.
Podría
parecer que estos dos temas: amor y política se excluyen de ser tratados en
unidad y sin embargo, esto es erróneo. La ilusión distorsionada al máximo nos
viene de la fragmentación artificial de la vida en parcialidades que nos evitan
unir lo que debe estar unido. Un claro ejemplo lo es la ciencia. Se ha dividido
en tantas parcialidades que un especialista en un tema es un verdadero
ignorante ridículo y patético en uno diverso. En la antigüedad esto no era así
y no me pasa desapercibido que el conocimiento se ha desarrollado a grados que
ninguna persona puede ya contener en si tanto saber. Con todo, no hablo de
especialidad en todos los campos del saber pero si libertad de traspasar los límites
impuestos del saber. No es muy frecuente
pero se puede uno topar con personas que no se conforman con tener determinados
conocimientos sino ser en diversos saberes. Inconformes con las ataduras violan
(por decirlo así), las normas y son vistos como pecadores o como súper hombres.
Bien, el trabajo
furo, arduo de los seres humanos es volverse unidad pero no una unidad perversa
sin matices y sin libertad como la que había con el Partido único de Estado del
siglo pasado. Todo era uniforme y había una sola voluntad pero no era la
voluntad general sino la de un solo individuo cobijada por todo un sistema
dictatorial casi absoluto que ha sido posible romper, aunque no en su necesidad
factual y mucho menos ideal para que la democracia florezca. Con todo, ese es el
trabajo de todos nosotros. Hagámoslo
constantemente sin desmayar, sin puerilidad, pues es harto difícil y, hasta
peligroso en extremo, venciendo el temor fundado de la represión y,
autoritarismo de este mal gobierno en conjunción con la perversidad de la clase
política.
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