lunes, 29 de agosto de 2016

CONVERSIONES Y CONVERSACIONES



En la naturaleza humana yace la virtud y el vicio; tan solo los separa una delgada línea fácil de cruzar, tal y como las manadas de búfalos cruzan el Serengueti. En el imaginario, con bases reales se puede contratar dos posiciones diametralmente opuestas. Una que busca la virtud (Quizás inocentemente) y otra que busca malévolamente la degradación.

El lugar o mejor dicho, los lugares: Un lugar suntuoso con lujos al estilo oriental y el otro en Hipona antes de la grandiosidad. Vientos recorren ambos lugares.

En Los Pinos:

-     Señor presidente, los rumores corren sobre la corrupción y es imposible detener la lengua viperina del pueblo. ¡Ejem!, hemos hecho todo lo posible a través de los medios de comunicación pero todo es inútil. Vera…

¡Por Dios!, ¿qué debo hacer para que se pare tanto chismorreo?, ¿acaso, no soy el presidente de este pueblo?, ¿no merezco un poco de paz?. Los millones y millones de pesos que se les paga a las empresas televisivas ¿son inútiles?. ¡Ustedes son los inútiles!, dinero y más dinero derrocho en sus sueldos y dádivas. –Los funcionarios solo aciertan a mirarse entre ellos sin atreverse a decir palabra alguna, aunque era el peor ignorante de todo el Estado, la paga era buena).

En Hipona:

Un hombre indefinido, va de un lugar a otro hecho un mar de nervios con el rostro a punto del llanto.

¡Señor, mi señor!, no me abandones en estos terribles momentos de flaqueza. Extiende tus manos, tu mirada al más humilde de tus hijos. No me desampares. (Cierra los ojos y la angustia aumenta). Los pecados que he cometido son incalificables, veras….no sé cómo seguir, ni hay justificación a mi proceder indigno. ¡Oh magnánimo señor!, sé que no tengo perdón ni soy digno de ello. Las cosas…las cosas… - el hombre cae de rodillas y se cubre el rostro con ambas manos, con la convicción de que no son suficientes para tapar los pecados inscritos en su rostro como una infamia.

Palacio nacional. – Los empleados se mueven diligentemente, a pesar de ser ya de noche, se acerca el día del grito de independencia nacional (aunque esta independencia se ha trocado en servilismo). La enorme bandera se meces al ritmo del suave viento, de la suave patria.

El señor presidente se pasea con donaire seguido por un séquito de oportunistas y lambiscones. Ni los faraones ni los emperadores gozaron de tanto poder e impunidad. Su regia figura se recorta contra el lábaro patrio. Bien podría decir: “L´ etat ce moi” ¡No dice eso la Carta Magna?, ¿Quién podría negarle su máximum?. (Ha tomado lo que le pertenece por derecho propio casas, dinero y todo lo necesario y, ¿no ha dado a ganar a sus incondicionales, no ha dado concesiones), -el pueblo ¡Puaf!, cosa insignificante.

(En la oscuridad Nerón aplaude y grita sin tapujos: ¡Bravo, bravo, bravísimo-si yo hubiera tenido un sistema político así y miles de incondicionales, no hubiera perdido nunca, nunca…). La figura se desvanece en el cielo etéreo.

(Sócrates, Platón, Aristóteles, los cínicos, los epicúreos, Séneca, Marco Aurelio y Cristo son solo polvo, recuerdos inútiles ante el pragmatismo).

El coro:

San Agustín fue solo un loco. (Leyes divinas, locuras divinas, todo está en el hombre, medida de todo. Santo Tomás y su armonía entre la ley divina, la ley natural y la ley positiva no era más que otro loco. ¿Qué logró?, el mundo muy a su pesar se descarrió).  

Ciudad de México:

¿Qué horas son?, pregunta la máxima figura del poder con un dejo de superioridad –aunque no haya existido un tonto más tonto-. Desde la distancia el Diablo vestido con traje de seda lo mira lastimeramente pero satisfecho de su creación.

Señor presidente, sé que es tarde pero tal y como Usted me lo ordenó, antes de irse a dormir le debo dar –claro si Usted me lo permite- una tajada de cultura. ¡Adelante, estoy dispuesto a mostrar y demostrar que no me es ajena la cultura y el conocimiento profundo. Adelante…

¡Verá…!, se trata de San Agustín, dice el pobre empleado, tratando de dar los pasos correctos, sin atinar a proseguir sin antes de la orden.

¿Qué santo es ese?, pregunta con aires de superioridad el mandamás. Su bien peinado pelo brilla al ritmo de las luces cambiantes, Los amplios salones vacíos se abren como bocas voraces –preludio de lo porvenir.

Verá, propiamente no es un santo.. eh…eh, en realidad era un libertino de lo peor. Lo dice en sus confesiones- ¿Ah, sí?, responde el todopoderoso, con cara de fingida sorpresa. Y, ¿Cuáles fueron sus peores pecados, si se pude saber?, claro que sí, contesta su empleado. Tuvo varias mujeres y tomaba vino, ¡Varias mujeres he tenido yo y tomar vino pues Calderón!, ¿no?, ¿esos eran sus pecados?, vaya. Vera señor presidente, la cuestión es más profunda, ¿eso es profundo?, no lo sabía.

La disertación sobre el robo de manzanas espero clarifique el punto. ¿Hay puntos?, perdón, sigue. La cosa es que San Agustín siente verdadero arrepentimiento por el robo de unas peras; ¿de unas peras?, dirás manzanas de casas, de edificios o ¿me equivoco?. No señor, de simples manzanas, el punto es el robo sin necesidad sino por puro mal y el sentimiento de culpa sincero.

Nombre, por unas simples manzanas, digo peras, no se puede uno sentir culpable. ¿Quién dices que es ese tipo?, San Agustín señor. San Agustín…Mira ni tu estarías aquí ganando lo que ganas pensando como este…San Agustín, dice confundido el empleado. Ese mero. ¡Por que habría uno de confesarse públicamente de lo robado, de lo mal habido, teniendo, el poder que se tiene y leyes que nunca se van a aplicar. ¡Por Dios, ese hombre estaba loco!.  ¿Cómo dices que se llama?, San Agustín, ese mero. No, lo  que se debe hacer es pedir disculpas pero por puro formulismo. No pasa cosa alguna. Déjate de cuentos, mañana nos vemos pero tráeme algo interesante y no niñerías.

(La noche es tranquila y el ambiente propicio para disfrutar los placeres de la vida). El tiempo transcurre. Tic-tac, tic-tac.

San Agustín ni que ocho cuartos. La revolución nos ha hecho justicia.


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