La
más engañosa, la más engañada y la más auto engañada de las clases, es, la
clase media. A finales del siglo XIX y principios del XX se gestó una clase
media revolucionaria por pura necesidad y con ello surgió el Ateneo
Universitario, la tumba intelectual del Porfirismo; desde aquella época, no se
ha vuelto a gestar una clase media hecha para el cambio; todo ha sido una clase
media plegada al poder, con la falsa esperanza de acceder, de pasar a ser parte
de la elite. ¿De qué me avergüenzo?, de pertenecer a esa clase barata por sí
misma, ignorante en suma, no solo materialmente sino barata en lo intelectual y
lejos de saber encontrar su destino, de hacer su destino: el cambio. Hoy día
vale más el pueblo llano que esa clase media pagada de sí misma. No tener
consciencia de lo que se es, es la ignorancia total del ser.
Que
añoranza de esos nobles mexicanos y en especial de los texcocanos refinados en
sus gustos y en su intelecto. ¿De dónde podían surgir caballeros águilas y
tigres que desafiaran la muerte con tanta dignidad?, solo de estos pueblos. ¿De
dónde podía surgir la idea de un Dios principio de todas las cosas?, de estos
pueblos. Que rebajamiento se hizo de la humanidad volviendo católicos a los
pueblos prehispánicos. Que no se sienta esta perdida solo puede entenderse por
la ignorancia de las profundas raíces prehispánicas y el amor hacia los modelos
occidentales ajenos.
No
hay palabras para describir esta ansiedad por la ausencia del ser autentico
¿Para que la filosofía?, ¿para que la ciencia?, si todo es medianía. Se tiene
que huir de la figura masculina ante tanta simulación. Se prefiere la barbarie
antes que el valor. No proviene la barbarie de la valentía sino de la ausencia
del verdadero valor. Hay que ver un mexicano desesperado y se tendrá al matón,
al sicario pero no un ser valiente.
Se
recorren las obras antiguas como mera curiosidad, me basta con recorrer un
palmo de tierra para sorprenderme que en ese mismo lugar pusieron hombres sus
huellas, recorrieron sendas ya perdidas. Me siento hondamente perturbado,
confundido y tengo que reflexionar profundamente mi destino, hacer mi destino. ¿Qué
soy yo?, no en el sentido ateniense ni espartano sino como heredero de lo prehispánico.
Que lejos estoy de esos seres humanos. Tiemblo de solo pensar en ello.
William,
Guillermo H. Prescott, se preguntaba cómo había sido posible que los aztecas hubieran
podido llegar a concebir un Dios único, impresentable materialmente como representante
del principio-de-todas-las-cosas y se volvieran crueles y a la vez alegres; tendría
que estar vivo para que yo le abriera los ojos a la realidad y, aun así, quizá no
me entendería, era demasiado religioso para nadar en la profundidad; era superficial
como todo buen estadounidense.
Caminar
por los campos y saber que existieron mujeres y hombres de tamañas proporciones
me pone melancólico, triste, he visto a unos pocos hombres deambular dominar hoy día, son producto de aquellos y
no lo saben ni siquiera lo sospechan. He caminado un poco y tendré que caminar
otro poco en esta vasta soledad. Que soledad, que soledad. Esto no me va bien,
me pongo siniestro, pierdo la destreza. Me hundo en la oscuridad. Tiemblo, me avergüenzo
hasta la medula. Veo a esos muertos más vivos en mí que a los que me rodean.
Que pálidos y que pobres me parecen. Durante mucho tiempo he tenido que
aniquilar mi yo, es hora de que Huitzilopochtli y Quetzalcóatl revivan y vivan
de una nueva manera. Que me importa a mí que se diga una u otra cosa o que,
incluso se me ignore. Como si eso fuera el hueso, la medula, la vida. Como si
se supiera vivir.
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