martes, 9 de febrero de 2016

CLASE MEDIA



La más engañosa, la más engañada y la más auto engañada de las clases, es, la clase media. A finales del siglo XIX y principios del XX se gestó una clase media revolucionaria por pura necesidad y con ello surgió el Ateneo Universitario, la tumba intelectual del Porfirismo; desde aquella época, no se ha vuelto a gestar una clase media hecha para el cambio; todo ha sido una clase media plegada al poder, con la falsa esperanza de acceder, de pasar a ser parte de la elite. ¿De qué me avergüenzo?, de pertenecer a esa clase barata por sí misma, ignorante en suma, no solo materialmente sino barata en lo intelectual y lejos de saber encontrar su destino, de hacer su destino: el cambio. Hoy día vale más el pueblo llano que esa clase media pagada de sí misma. No tener consciencia de lo que se es, es la ignorancia total del ser.

Que añoranza de esos nobles mexicanos y en especial de los texcocanos refinados en sus gustos y en su intelecto. ¿De dónde podían surgir caballeros águilas y tigres que desafiaran la muerte con tanta dignidad?, solo de estos pueblos. ¿De dónde podía surgir la idea de un Dios principio de todas las cosas?, de estos pueblos. Que rebajamiento se hizo de la humanidad volviendo católicos a los pueblos prehispánicos. Que no se sienta esta perdida solo puede entenderse por la ignorancia de las profundas raíces prehispánicas y el amor hacia los modelos occidentales ajenos.

No hay palabras para describir esta ansiedad por la ausencia del ser autentico ¿Para que la filosofía?, ¿para que la ciencia?, si todo es medianía. Se tiene que huir de la figura masculina ante tanta simulación. Se prefiere la barbarie antes que el valor. No proviene la barbarie de la valentía sino de la ausencia del verdadero valor. Hay que ver un mexicano desesperado y se tendrá al matón, al sicario pero no un ser valiente.

Se recorren las obras antiguas como mera curiosidad, me basta con recorrer un palmo de tierra para sorprenderme que en ese mismo lugar pusieron hombres sus huellas, recorrieron sendas ya perdidas. Me siento hondamente perturbado, confundido y tengo que reflexionar profundamente mi destino, hacer mi destino. ¿Qué soy yo?, no en el sentido ateniense ni espartano sino como heredero de lo prehispánico. Que lejos estoy de esos seres humanos. Tiemblo de solo pensar en ello.

William, Guillermo H. Prescott, se preguntaba cómo había sido posible que los aztecas hubieran podido llegar a concebir un Dios único, impresentable materialmente como representante del principio-de-todas-las-cosas y se volvieran crueles y a la vez alegres; tendría que estar vivo para que yo le abriera los ojos a la realidad y, aun así, quizá no me entendería, era demasiado religioso para nadar en la profundidad; era superficial como todo buen estadounidense.

Caminar por los campos y saber que existieron mujeres y hombres de tamañas proporciones me pone melancólico, triste, he visto a unos pocos hombres deambular  dominar hoy día, son producto de aquellos y no lo saben ni siquiera lo sospechan. He caminado un poco y tendré que caminar otro poco en esta vasta soledad. Que soledad, que soledad. Esto no me va bien, me pongo siniestro, pierdo la destreza. Me hundo en la oscuridad. Tiemblo, me avergüenzo hasta la medula. Veo a esos muertos más vivos en mí que a los que me rodean. Que pálidos y que pobres me parecen. Durante mucho tiempo he tenido que aniquilar mi yo, es hora de que Huitzilopochtli y Quetzalcóatl revivan y vivan de una nueva manera. Que me importa a mí que se diga una u otra cosa o que, incluso se me ignore. Como si eso fuera el hueso, la medula, la vida. Como si se supiera vivir.


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