No
se sabe a ciencia cierta quien acuño la frase “Cada minuto nace un tonto”, pero
para el caso no interesa mucho. Los oportunistas tienen la cualidad de notar
las deficiencias humanas para sus fines propios y que a provechan a las mil
maravillas sin importarles en lo mínimo el efecto de sus acciones.
Los
políticos mexicanos han corrompido hasta la médula el sistema político y no
tienen la mínima intensión de sanarlo sino de ahondar la corrupción a grados
inauditos. Como buenos oportunistas han oteado que es, su oportunidad de
hacerse ricos en esta transición del Estado moderno al Estado Híper moderno.
Las reglas no se acaban de definir y, como hasta ahora, el sistema político y
las normas constitucionales les brindan un manto amplio y profundo de
impunidad, no sienten el mínimo temor de ser castigados. Viven en el edén de la
corrupción.
No
se necesita todo un cuerpo evaluativo para determinar el grado de corrupción e
impunidad; basta iniciar con la corrupción del presidente de la República y
seguir el rastro hasta el más modesto presidente auxiliar, pasando por los
integrantes de los otros dos órganos, para ver la corrupción sana y en plena
marcha incesante; claro, el camino puede hacerse al contrario, iniciarse con el
más modesto presidente auxiliar y terminar con el Jefe del Ejecutivo Federal, pasando
raudamente por gubernaturas y toda clase de dependencias oficiales y se llegará
al mismo resultado. El orden de los corruptos no altera el resultado.
Ahora
bien, tal parece que en México, cada minuto nace un tonto que está predispuesto
a ser engañado de todas las formas posibles. Como el otro lado, de la misma
moneda se puede decir que, en México a cada minuto nace un corrupto. Y, ahí van
estos dos grupos, tontos y corruptos en el mismo camino en el mismo espacio y
tiempo con la pasmosa vista de no interactuar sino levemente y sin querer,
siguiendo siempre una marcha paralela como si hubieran sido creados por una
pared de fuego como copias del verdadero ser que ignoran la existencia del otro.
Marchan ignorándose y a veces, al borde del horizonte a punto de encontrarse y
de mirarse a la cara, a los ojos para descubrirse en toda su profundidad y en
el último instante, cierran los ojos para olvidarse, para perderse, los
corruptos sin vergüenza alguna y los tontos marginados de toda esperanza y razón.
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