Se
puede renegar y hasta maldecir por vivir entre seres humanos (Los seres menos
confiables del mundo), pero también gozar de las singularidades que hacen
arquear las cejas al ver los más altos valores practicados por los mismos. A
Isaac Asimov, lo leí hace demasiado tiempo y siempre ha sido para mí
sorprendente navegar por el mar de sus ideas. Hace ver sus puntos de vista tan
simples que no tengo menos que sentir una punzada en el corazón al ver la
enorme diferencia que tiene con el resto. Asimov es uno de los gigantes sobre
los que avanza la humanidad. Científico y escritor de alto vuelo, de primera
línea.
El
curso de los hechos actuales es extrañamente similar a su cuento “Un extraño en
el paraíso”. Enviar a un robot con un cerebro positrónico a Mercurio con el fin
de observar el Sol y, a Mercurio evidentemente, es como pasar de una larga
noche en la política mexicana a un paraíso. Como se sabe la gravedad en Mercurio
es aproximadamente de 38% al de la Tierra. Un objeto o una persona de 100 kilogramos
aquí, allá pesaría tan solo 38. La idea de la gravedad es, aparentemente tan
extraña a la democracia como se quiera y sin embargo, a mí se ve vino a la
mente comparar el régimen anterior con el que abre el Neoliberalismo. Y, no es
que propiamente estemos en el paraíso de la política pero al menos se abre toda
una gama de posibilidades de ser.
En
“Un extraño en el paraíso”, el robot que construyen dos “hermanos”, es torpe en
los campos de Arizona y se espera que fracase en su misión a Mercurio. Nunca se
había intentado y esto desencadena zozobra. Este robot con “cerebro humano”, al
parecer será un fiasco, un fracaso pues lleva imbíbito haber sido creado por
humanos. Y, al parecer nuestro destino manifiesto es el fracaso; no del todo,
no en todo y no para siempre. En todas las épocas hay personas que se sienten
fuera de lugar y de tiempo; puede ser que los demás los miren hasta torpes y
causen cascadas de carcajadas. Es como si estuvieran diseñados para vivir en
otros ámbitos. Necesitan un golpe de acontecimientos para ser transportados a
su Proyecto Mercurio. Y, creo que muchos mexicanos estamos en este umbral
mirando la tierra prometida: la democracia, negada, arrebatada y custodiada por
leyes aparentemente rectas, vigilada por políticos corruptos, minada con cárceles
y bayonetas siempre ensangrentadas. Y, sin embargo la llama de la libertad
nunca murió en estos campos devastados: el hambre voraz por el sabor y el saber
de la vida se abrió paso por caminos insospechados aun por los propios tiranos.
Quizá
sea una idea romántica acariciada durante largo tiempo o quizá sea vivir fuera
del mundo apretujado del totalitarismo; quizá sean nuevas noches y amaneceres
que hasta hace no mucho eran insospechadas las que nos guían. Sentir arder el
Sol en nuestra propia piel como si tuviéramos un hambre devoradora de luz y
mirar el cielo preñado de luces viajeras de un origen demasiado arcaico como
para siquiera adivinarlo. Un momento, solo un momento aquí en la tierra como
dijera Nezahualcóyotl. ¡Pero qué momento!.
Sentir
viva la Tierra y poder oler sus elementos primarios es como estar en Mercurio,
despojado de la pesadez de la gravedad del sistema político priista, libres y
en el paraíso. Esa sensación de libertad que inyecta su dosis de dicha y que
santifica sin divinidad el horizonte y el suelo; la serpiente, el nopal y el
águila en todo su esplendor. Un mundo que se creía perdido para siempre.
Recuperar las alas es tener a disposición a las alturas.
La
realidad ya no es natural, se construye y en ese devenir los mexicanos debemos
tomar la más profunda consciencia y la más profunda responsabilidad para con la
naturaleza, la flora y fauna y, por todo lo que hacemos. No somos más pero no
somos menos sino humanos de pleno derecho y, a pesar de los pesares un buen día
podremos decir como en el final del cuento de Asimov: William? -¿Juntos?
Anthony lo agarró del brazo. Juntos, hermano. En nuestro caso, juntos hermanos.
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