El
sujeto se sentó ante el ordenador. Un cierto escrúpulo con relación a su vida. Anteriormente,
(cuando era joven), solía ir con su madre a la iglesia y oír toda la letanía
con sus correspondientes golpes de pecho, la culpa mea, las buenas intenciones,
el consabido regaño sacerdotal y las hincadas de rigor. Después, su madre murió
y hubo que apañárselas solo. Fue muy duro. Su madre había sido su hombro y
apoyo en todos los sentidos.
Veinte
años después, la economía de súper producción y de súper consumo lo tenía acorralado.
Sus pocos amigos se habían casado o simplemente ido en busca de mejores
caminos; el, no tenía otra opción que, seguir batallando día a día y salía con
empate al se sentía medianamente feliz como para visitar el bar de costumbre. Había
conseguido un título universitario y trataba de sacarle todo el jugo posible. (“Araras
la tierra”), (“Conseguirás tu pan con el
sudor de tu frente”), era la cantaleta del sacerdote por lo menos una vez al
mes durante más de veinte años y parecía una maldición; araba y sudaba en demasía
para conseguir su pan diario, sin oportunidad de que le alcanzara para
alimentar una mujer y menos hijos.
Bien,
aquí estaba frente a la pantalla brillante, pensando en salir de su casa o
tomarse el alcohol barato mientras consumía las horas posteando imágenes sin
sentido o atrapaba una conversación con alguna persona interesante a distancia.
A sus casi cuarenta años, empezaba por no entender del todo la vida. Antes, por
lo menos había reuniones con personas que conocía pero, ahora, su vida virtual
era tan importante o quizá más que su vida real. Era muy importante poner la
mejor fotografía de uno mismo con el mejor perfil y sonrisa. Las sienes se le
empezaban a blanquear y su corte de pelo era anticuado. En muchas ocasiones había
pensado en cambiar todos estos rubros pero las costumbres estaban bien arraigadas
y su madre era la responsable. Papa, mama.
Su
vida solitaria lo consumía y lo volvía histérico, nervioso en el mejor de los
casos; su vida virtual era vacía y sospechaba que inútil; sin embargo, no había
a donde ir. La vida real era demasiado dura y solitaria y la virtual demasiado sospechosa.
No había de otra que ir de una a la otra, según se presentara la ocasión. Ingresó
a una de las redes sociales sin mucho ánimo. Cogió la botella de alcohol barato
y dio un largo trago. Un calor interior animo su cuerpo magro, dos tragos más y
su mente estaba con la mínima disposición para iniciar una relación, previos trámites
virtuales.
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