Los
españoles creyeron que al destruir todos los dioses terribles, para ellos, y todos los mitos de los pueblos prehispánicos, salvaban
a esos mismos pueblos. Estaban tan equivocados por sus prejuicios religiosos
que nunca vieron que en lo que realmente estaban haciendo era el más grande
crimen contra la vida misma. Los mexicas eran un pueblo fuerte, valeroso, mítico
y creador de mitos justificadores de la vida fuerte y hasta terrible para
nuestra visión lógica. Cientos de años después los mexicanos descendientes de
esos pueblos y fatalmente envenenados por el cristianismo no han podido volver
a encontrar el camino de la vida plena, fuerte en el arte, en la visión de la vida
digna de ser vivida.
Un
mal mucho más peligroso se cierne sobre el pueblo mexicano: la tecnología al
servicio del utilitarismo. Hoy día, parece una locura que pueda el mexicano desentenderse de sus quehaceres mediatos,
tales como trabajar, reír, pensar, solazarse o simplemente descansar. El propio
mexicano se siente presa de todo lo utilitario y siente una profunda vergüenza por
el solo hecho de pensar en el ocio. Se le ha inculcado que el trabajo incesante
y ciego es una virtud. Vaya virtud. Se le ha dicho hasta el cansancio que la educación
es la medula de la vida y se ha creído que un sistema estúpido puede producir científicos
en todas las aéreas del saber. Un sistema que produce profesionistas amantes
del utilitarismo no puede menos que ser un mal productor de idiotas satisfechos
con tener un pequeño tesoro de conceptos.
El
mal comenzó con la imposición y la aceptación del cristianismo y la sigue y la
persigue el abuso de la tecnología, el uso del tecnicismo, la enseñanza de la ciencia
superflua. Véase para cualquier lado y se tendrá la visión de técnicos dirigiendo
la vida hacia el empeño de la vida en aras del utilitarismo.
Que
de esto no se tenga consciencia y aun se ame hasta con la vida misma no habla
bien de los mexicanos. Saben muy bien que los valores se han perdido y en lugar
de ser creadores se afanan en seguir con la mirada al cielo en busca de señales
metafísicas que los salven. Hasta los considerados grandes se amamantan en las
ubres ilusorias del más allá.
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