Entre
los mexicanos también existen los grandes hombres que han mostrado que los
ideales no son cosas sin relación con la vida sino por el contrario que los
ideales son tan altos y tan esenciales para la vida que pocos son los que se
atreven a levantarse hasta las alturas donde pueden hacerse evidentes. Tal es
el caso de Belisario Domínguez. Se levantó valientemente en contra del dictador
Victoriano Huerta y pago con su vida. Asesinado por ese chacal con figura
humana. Muchos fueron cómplices de su muerte. Solo abandonado a su suerte ya echada.
Desde
1954 el Senado otorga la medalla que lleva su nombre. ¿Para que otorgan una
medalla?, con esto han logrado ir enterrando perversamente la vida y memoria d
un gran mexicano. Si hoy existiera un solo Senador de la talla de Belisario Domínguez
no tengo duda alguna que sus propios compañeros lo hubieran asesinado, lo
hubieran traicionado o lo hubieran dejado solo en su lucha. No es con la institucionalización
de las vidas ni con la entrega de medallas como se honran los hechos y los
actos de los grandes seres humanos sino emulándolos.
Hoy,
como hace cien años estamos como en las mismas circunstancias peligrosas para
la nación y los legisladores se dan palmadas recíprocamente mientras se dicen
unos a otros cínicamente que cumplen con sus mandatos. El sistema le ha quitado
todo dinamismo y toda lucha a la vida de Belisario Domínguez para trocar sus
hechos y sus actos en una celebración vacía, sin sentido.
Si
Belisario Domínguez viviera hoy, estaría denunciando públicamente a este
gobierno en turno. Seguro que no estaría firmando reformas ni firmando pactos
por México ni reprimiendo al pueblo ni exigiendo penas más duras contra la
libertad de expresión.
En
cada ceremonia hueca que le hace el gobierno a Belisario Domínguez nos deberíamos reír y alejarnos rápidamente preguntándonos
¿que farsa es esta?.
Aquí su pensamiento en discurso de 22 de septiembre de 1913.
Aquí su pensamiento en discurso de 22 de septiembre de 1913.
Señor presidente del Senado:
Por tratarse
de un asunto urgentísimo para la salud de la Patria, me veo obligado a
prescindir de las fórmulas acostumbradas y a suplicar a usted se sirva dar
principio a eta sesión, tomando conocimiento de este pliego y dándolo a conocer
enseguida a los señores senadores. Insisto, señor Presidente, en que este
asunto debe ser conocido por el Senado en este mismo momento, porque dentro de
pocas horas lo conocerá el pueblo y urge que el Senado lo conozca antes que
nadie.
Señores senadores:
Señores senadores:
Todos
vosotros habéis leído con profundo interés el informe presentado por don
Victoriano Huerta ante el Congreso de la Unión el 16 del presente.
Indudablemente,
señores senadores, que lo mismo que a mí, os ha llenado de indignación el
cúmulo de falsedades que encierra ese documento. ¿A quién se pretende engañar,
señores? ¿Al Congreso de la Unión? No, señores, todos sus miembros son hombres
ilustrados que se ocupan en política, que están al corriente de los sucesos del
país y que no pueden ser engañados sobre el particular. Se pretende engañar a
la nación mexicana, a esa patria que confiando en vuestra honradez y vuestro
valor, ha puesto en vuestras manos sus más caros intereses.
¿Qué debe
hacer en este caso la representación nacional?
Corresponder
a la confianza con que la patria la ha honrado, decirle la verdad y no dejarla
caer en el abismo que se abre a sus pies.
La verdad es
ésta: durante el gobierno de don Victoriano Huerta, no solamente no se hizo
nada en bien de la pacificación del país, sino que la situación actual de la
República, es infinitamente peor que antes: la Revolución se ha extendido en
casi todos los estados; muchas naciones, antes buenas amigas de México,
rehúsanse a reconocer su gobierno, por ilegal; nuestra moneda encuéntrase
depreciada en el extranjero; nuestro crédito en agonía; la prensa de la
República amordazada, o cobardemente vendida al gobierno y ocultando
sistemáticamente la verdad; nuestros campos abandonados; muchos pueblos
arrasados y, por último, el hambre y la miseria en todas sus formas, amenazan
extenderse rápidamente en toda la superficie de nuestra infortunada patria.
¿A qué se
debe tan triste situación?
Primero, y
antes de todo, a que el pueblo mexicano no puede resignarse a tener por
Presidente de la República a don Victoriano Huerta, al soldado que se apoderó
del poder por medio de la traición y cuyo primer acto al subir a la presidencia
fue asesinar cobardemente al presidente y vicepresidente legalmente ungidos por
el voto popular; habiendo sido el primero de éstos, quien colmó de ascensos,
honores y distinciones a don Victoriano Huerta y habiendo sido él, igualmente,
a quien don Victoriano Huerta juró públicamente lealtad y fidelidad
inquebrantables.
Y segundo,
se debe esta triste situación a los medios que Victoriano Huerta se ha
propuesto emplear, para conseguir la pacificación. Estos medios ya sabéis
cuáles han sido: únicamente muerte y exterminio para todos los hombres,
familias y pueblos que no simpaticen con su gobierno.
"La paz
se hará cueste lo que cueste", ha dicho don Victoriano Huerta. ¿Habéis
profundizado, señores senadores, lo que significan esas palabras en el criterio
egoísta y feroz de don Victoriano Huerta? Estas palabras significan que don
Victoriano Huerta está dispuesto a derramar toda la sangre mexicana, a cubrir
de cadáveres todo el territorio nacional, a convertir en una inmensa ruina toda
la extensión de nuestra patria, con tal de que él no abandone la presidencia,
ni derrame una sola gota de su propia sangre.
En su loco
afán de conservar la presidencia, don Victoriano Huerta está cometiendo otra
infamia; está provocando con el pueblo de Estados Unidos de América un
conflicto internacional en el que, si llegara a resolverse por las armas, irían
estoicamente a dar y a encontrar la muerte todos los mexicanos sobrevivientes a
las amenazas de don Victoriano Huerta, todos, menos don Victoriano Huerta, ni
don Aureliano Blanquet, porque esos desgraciados están manchados con el estigma
de la traición, y el pueblo y el ejército los repudiarían, llegado el caso.
Esa es, en
resumen, la triste realidad. Para los espíritus débiles parece que nuestra
ruina es inevitable, porque don Victoriano Huerta se ha adueñado tanto del
poder, que para asegurar el triunfo de su candidatura a la Presidencia de la
República, en la parodia de elecciones anunciadas para el 26 de octubre
próximo, no han vacilado en violar la soberanía de la mayor parte de los
estados, quitando a los gobernadores constitucionales e imponiendo gobernadores
militares que se encargarán de burlar a los pueblos por medio de farsas ridículas
y criminales.
Sin embargo,
señores, un supremo esfuerzo puede salvarlo todo. Cumpla con su deber la
representación nacional y la patria está salvada y volverá a florecer más
grande, más unida y más hermosa que nunca.
La
representación nacional debe deponer de la presidencia de la República a don
Victoriano Huerta por ser él contra quien protestan con mucha razón todos
nuestros hermanos alzados en armas y de consiguiente, por ser él quien menos
puede llevar a efecto la pacificación, supremo anhelo de todos los mexicanos.
Me diréis,
señores, que la tentativa es peligrosa porque don Victoriano Huerta es un
soldado sanguinario y feroz, que asesina sin vacilación ni escrúpulo a todo
aquél que le sirve de obstáculo. ¡No importa, señores! La patria os exige que
cumpláis con vuestro deber, aun con el peligro y aun con la seguridad de perder
la existencia. Si en vuestra ansiedad de volver a ver reina la paz en la
República os habéis equivocado, habéis creído en las palabras falaces de un hombre
que os ofreció pacificar a la nación en dos meses y le habéis nombrado
presidente de la República, hoy que veis claramente que éste hombre es un
impostor inepto y malvado, que lleva a la patria con toda velocidad hacia la
ruina, ¿dejaréis por temor a la muerte que continúe en el poder?
Penetrad en
vosotros mismos, señores, y resolved esta pregunta: ¿Qué se diría a la
tripulación de un gran navío que en la más violenta tempestad y en un mar
proceloso, nombrara piloto a un carnicero que, sin ningún conocimiento náutico
navegara por primera vez y no tuviera más recomendación que la de haber
traicionado y asesinado al capitán del barco?
Vuestro
deber es imprescindible, señores, y la patria espera de vosotros que sabréis
cumplirlo.
Cumpliendo
ese primer deber, será fácil a la representación nacional cumplir con los otros
que de él se derivan, solicitándose enseguida de todos los jefes
revolucionarios que cesen toda hostilidad y nombren sus delegados para que de
común acuerdo, elijan al presidente que deba convocar a elecciones
presidenciales y cuidar que éstas se efectúen con toda legalidad.
El mundo
está pendiente de vosotros, señores miembros del Congreso Nacional Mexicano, y
la patria espera que la honraréis ante el mundo, evitándole la vergüenza de
tener por primer mandatario a un traidor y asesino.
Dr. Belisario Domínguez
Senador por el estado de Chiapas
17 de septiembre de 1913
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