El
Estado moderno en México se terminó con las “Reformas Estructurales” de Enrique
Peña Nieto, y que no son más que, la profundización y ampliación de la
privatización de lo público. Eso que es producto del esfuerzo de muchas generaciones
de mexicanos se vuelve privado por ministerio de Ley. Con esto también se dio
muerte a los últimos vestigios del Presidencialismo ya con una larga agonía
desde la perdida de la presidencia a manos de los panistas en el año 2000. Doce
ad sin quien alimentara los ritos priistas fueron suficientes para cavar la
tumba. Faltaba el enterrador.
La
puesta en escena de Enrique Peña Nieto al destapar al candidato del Partido
Revolucionario Institucional, José Antonio Meade, se asemejó en la forma a los
ritos en los mejores años del Presidencialismo pero en el fondo no fue otra
cosa que un grito silencioso y desesperado al no tener otro recurso que la
imitación hueca. Los tres grandes sectores que aglutinaban a la nación mexicana
en torno al partido único de Estado, Obrero, Campesino y Popular son
antiguallas con mal funcionamiento; la otrora poderosas, Confederación de los
Trabajadores de México (CTM), la Confederación Nacional de Organizaciones
Populares (CNOP) y la Confederación Nacional Campesina (CNC), son reminiscencias
de un México del recuerdo, de la historia. Nunca volverán a ser lo que fueron porque tenían
como alimentar y cumplir la voluntad casi todopoderosa del presidente en turno
y dar continuidad y fortaleza al Presidencialismo, muerto este, los tres
grandes tentáculos han quedado acéfalos.
La
herencia del PRI fue la ampliación y profundización también de la corrupción e
impunidad ejercida en todos los partidos en el gobierno con sus matices. La
tremenda caída del partido oficial trajo consigo una crisis política al resquebrajarse
el monopolio de la política y pasar buena parte del ejercicio político a los demás
partidos. A esto debe sumarse la perdida de la rectoría de la economía. Son las
grandes corporaciones las que determinan el mercado. Las crisis se padecen pero
difícilmente las entiende el pueblo. Las crisis políticas son al pueblo lo que
la enfermedad al paciente.
Es
muy interesante ver como los políticos han reaccionado ante esta crisis de
poder. Se han enfrascado en proponer ideas viejas, discordantes con las nuevas
circunstancias, con las nuevas relaciones entre los gobernados, gobierno y
trasnacionales. No logran encontrar el hilo conductor que los saque de
Laberinto del Minotauro. El monstruo exige sacrificios y estos son inmediatos. Hace
falta un Teseo de la política bien ayudado por su correspondiente Ariadna.
Ahora
bien, al filósofo no le es licito ser adivino pero si le es posible delinear de
manera general los resultados con base en las observaciones de los hechos más
significativos. Por ello se puede adelantar que no se está buscando por ningún político
la construcción del nuevo Estado mexicano en esta era llamada por Lipovetsky “híper
moderna”, denominación que sigo por las razones expuestas por el filósofo francés
sin que sea seguro que en definitiva sea nombrada de esta manera. En efecto, lo
único que quieren los políticos tradicionales es seguir perteneciendo a la
clase política que detente el poder sin ningún cambio y sin ninguna amenaza.
Que el pueblo, los ciudadanos sigan en “Capitis Diminutio”, es decir, en la
adolescencia, y, eso es imposible.
Los
ciudadanos deben y pueden cambiar este lamentable estado y circunstancias como
lo concibe José Ortega y Gassert, y, es posible encaminar al nuevo Estado hacia
un nuevo derrotero, no libre de peligros pero si libre de miedo y de temor
barato. Morir vamos todos, vivir, pocos.
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