Es
doloroso tener a la vista un espectáculo decadente de la vida. A pesar de saber
que tal o cual hecho o acto pasará es, ver la ceguera del propio pesimismo, del
rechazo a toda costa de la libertad. Crear valores e implantarlos como guías de
toda convivencia social es el fin de todo grupo, es decir, se moldea a los
individuos para que sean de una manera determinada incubando al mismo tiempo la
falsa idea de libertad. Entonces, se podrá hablar de libertad y hasta se podrá sentir
la libertad sin saber lo que la misma es.
Todo
el Iluminismo creía que se podía mejorar al ser humano y hacerlo libre de toda
autoridad. El intento fracasó estrepitosamente y nos encontramos hoy, bajo la rectoría
de lo económico se quiera o no. La moral es una mezcla de imperativa de
necesidad por el dinero y una cubierta de fe religiosa sin funcionar en la vida
diaria.
Todo
organismo y el ser humano se debe incluir entre ellos, tienen la necesidad de
independencia, de libertad y tan luego pueden valerse por si mismos se lanzan a
la vida queriendo alcanzar su pleno desarrollo. El ser humano, por el
contrario, se niega a liberarse de las instituciones, de los órganos de
control, de las religiones. La autoridad, aunque molesta provee seguridad. Más allá
de toda autoridad esta la inseguridad, los grandes desiertos, bosques, lugares fríos
y solitarias montañas.
La
madurez plena llega con la falta de necesidad de autoridad. La mayoría de seres
humanos sienten la necesidad imperiosa de tomar sus vidas en sus manos y
deciden un buen día abandonar el seno materno. Comúnmente decimos “El casado
casa quiere”, esto significa que la nueva pareja necesita un lugar para vivir según
su propia determinación. Lo mismo debería pasar con las demás autoridades y en
especial la teológica. Todo aquel que siga ciegamente otras autoridades
diferentes a la suya es, inmaduro aunque crea lo contrario. No hay espectáculo más
patético que las grandes congregaciones en una falsa comunión con lo llamado
divino.
Seguir
viviendo en las ruinas de la autoridad socavada es cosa terrible pero más
terrible es la intuición del despertar en un mundo sin sentido: pesimismo o
nihilismo en todo caso. En México se señorea ese gran miedo a despertar a la
realidad, a la libertad diría Erich Fromm. Un mundo sin valores divinos es y será
para los seres humanos un mundo aborrecible. Se tendría entonces que crear
nuevos valores pero no se está preparado para ello. La autoridad vuelve a
imponerse aunque esté en ruinas y decadente. Proporciona una endeble seguridad
de pertenencia, de identidad, de seguridad ante el abismo insondable que se
presiente.
El
grueso del pueblo sabe que se han perdido los valores pero está impedido para
terminar de destruir los viejos valores y crear nuevos valores. La gran mayoría
de mexicanos ya son nihilistas; son creyentes pero no practicantes de corazón como
les gusta llamarse. Esto significa que en el fondo ya no se cree. Es absurdo
creer y no practicar eso que se dice creer. Un problema para la Psicología y el
psicoanálisis de masas. El gran agotamiento del pueblo mexicano. Hemos puesto
un pie en la democracia y ya estamos cansados de todo. La clase política es el mejor
ejemplo de la falta de energía, no crea un nuevo Estado ni siquiera trata de
corregir los males existentes, creados por los mismos políticos y en su lugar se
lanza a la rapiña de todo lo público.
Hasta
ahora, el pueblo se ha mostrado impedido para poner coto a los excesos de los
gobernantes, siendo la gran mayoría. El estado morboso y decadente del pueblo
lo lleva a la apatía y a vivir como reaccionario ante la necesidad de vivir y
ganarse el pan de cada día movido por las condiciones brutales que impone el Neoliberalismo
con un refugio intermitente en el día en el “Dios mío” y una huida a la
realidad brutal consumiendo. Si el pueblo pudiera ver reflejada su vida en una película
audaz; desde la razón vería su vida como la más extraña y absurda de las vidas.
No se reconocería y no lo haría porque tiene una concepción diferente de su
existencia. Es muy significativo que en los días santos del año se consuma más
alcohol y cerveza que en las fechas no festivas y solo la minoría salga
cargando la tradición para dar una ilusión de fe y con ello, se tenga
satisfechos a los líderes religiosos, políticos y económicos. Tener la aprobación
de los que mandan es la consigna de los tradicionalistas aunque el edificio social,
político se caiga y el económico los estrangule sin piedad.
La
primavera ha llegado y no se entra a esta temporada con alegría sino con el
pesimismo de la existencia; con el nihilismo en el fondo pero con el velo del
miedo al despertar. Amanece ya en el desierto.
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