La
vida del ser humano se va haciendo compleja con cada nueva construcción mental
o con cada nueva institución y con cada nueva etapa de la vida. Hoy se sigue
hablando de “modernidad” (la fe en la pura razón), y creo que pocos muy pocos
saben su origen y fenecimiento. A la modernidad le siguió la postmodernidad (el
desencanto sobre la razón pura), la Primera Guerra Mundial y la Segunda
abonadas por las crisis económicas despertaron al mundo brutalmente del dogma
en que se había, el ser humano, echado a descansar. Sobre el horizonte se
perfilaron el hambre, las bayonetas y los sombríos cantos bélicos. Pero la cosa
no iba a parar allí. El tren de la vida solo tomó un aletargamiento para
acelerar a fondo sobre la maraña de la vida e ir tejiendo caminos aún más intrincados.
Ahora
bien, a los filósofos les gustan los problemas, las soledades, las entrañas de
la vida y todo lo que de ella resulta sabido o se cree sabido y va con su nariz
entrometida a problematizar lo que de suyo se presenta inocente al vulgo y no
solo al vulgo. Resulta que hasta los más insignes doctores en cualquier materia
científica resultan ser pueblo. Para que algo sea notado con toda claridad hace
falta que llegue el medio día en donde las sombras se hacen mínimas y no hay
lugar donde se escondan los problemas. Con todo, esta época que Lipovesky ha
nombrado como Híper-modernidad (donde todo es híper, producción de bienes y
servicios, consumo, etc., ribeteada la vida de paradojas), no ha hecho otra
cosa que arrancar tan vertiginosamente que no se ha reparado (ni existe la
perspectiva para hacerlo), de que la vida a dado un vuelco hacia nuevas
fronteras. La vida se ha ensanchado y empujado sus horizontes siempre a nuevos
límites elásticos). Y, allá vamos volando sobre las montañas y los valles con
la visión corta que solo nos permite ver contornos de la vida y de todo aquello
que ha sido construcción humana.
Queda
pues, tratar de poner los pies sobre la tierra para volver a caminar sobre las
calles, plazuelas, callejones y por las entrañas mismas de la vida y sus
construcciones. Esto conviene hacerlo en círculos concéntricos e ir pasando de
la dermis a las profundidades. Por suerte ya hay trabajo previo de buzos que
han ido a lo más hondo y que nos han traído toda clase de noticias, cuadros, toda
clase de vejestorios pero sobre todo, verdades.
Dos
de estos tópicos trataré de manera somera por principios de cuenta y en otros
escritos seguiré bajando como he anunciado (ambos temas son fundamentales y
harto peliagudos), a efecto de ser entendidos. No se olviden los círculos
concéntricos hacia lo hondo que son a primeros acercamientos a lo problemático.
El primer tema lo es, el lenguaje y el segundo el Estado.
Ya
José Ortega y Gasset picó piedra en las profundidades y sacó de las vetas, la
rica verdad sobre el lenguaje. El lenguaje es una construcción humana que al
pronto al llegar al mundo ya la tenemos a nuestra disposición, nos dice. No es
nuestra construcción sino que lo recibimos sin querer. La mirada del bebe nos
enternece por su extravió. Pero no bien pasados dieciocho meses, más o menos,
maravilla de maravillas, el pequeño dice su primera palabra. Esto, quitando la
chabacanería que rodea el asunto, es el resultado del constante vaciado que se
hace en el receptáculo elástico que es el niño. Esa etapa misteriosa de la
infancia no es simple ni pasiva. En este estadio el ser humano recibe los medios con los cuales va a nadar
cómodamente en el océano de la sociedad, es decir, el lenguaje.
El
otro tema lo es, el Estado, esa construcción artificiosa que no tiene rostro
inmediato alguno pero si órganos, manos, estomago, pies y garrotes para hacer
cumplir sus determinaciones. No bien se llega al mundo y ya la ley señala que
el infante debe ser registrado fríamente ante el Juez Civil de las Personas y
que este debe prestamente expedir el acta correspondiente. Inmediatamente se
presiente y se siente la frialdad, la vida artificiosa de este ente llamado
Estado. Los griegos proyectaron la ciudad-Estado como una extensión de lo
humano; para los modernos el Estado era el resultado de un “Contrato Social” y
para nosotros herederos de Kelsen, Estado y Derecho son una y misma cosa.
Bien,
nótese que ambas cosas, Lenguaje y Estado son dos construcciones artificiosas
que el ser humano de antaño hizo y que el posterior heredó. Esto tuvo y tiene
sus efectos, se cree que estas dos cosas (Lenguaje y Estado), han existido de
manera natural, tal y como ha existido la tierra, el sol y todo lo que ahora
conocemos como Universo o realidad. Sin embargo, creer esto es un fatal error
que se debe notar ahora, a simple vista. Esto arroja luz a los absurdos
ridículos: “Yo pienso lo que quiera” y “Soy libre”. Un breve repaso brevísimo a ambos edificios y
se verá como han ido mudando de fachada, de fondo, de cantidad y cualidad y aun
hoy una lengua no es la misma en cada nación. El español, en nuestro caso no es
el mismo para los españoles, para los colombianos, argentinos, para cualquier
otra nación hispano hablante y ni se diga para los mexicanos. Pasa lo mismo con
el inglés que se habla en la flemática Inglaterra, en el industrioso pueblo
estadounidense o en la lejana Australia.
La
ciudad-Estado griega era muy simple al lado, del Estado-nación de la modernidad
que tuvo la osadía de declararlo Absoluto (Hegel), y el ser humano una
insignificancia. Ahora bien, no obstante de ser, el actual Estado un enteco, al
punto de volverse casi mera burocracia, no deja de ser más complejo que los dos
modelos anteriores y aun, siendo enfermizo su complejidad le viene de sus
funciones y de la sociedad misma. Por ello, se deben estudiar a profundidad y
amplitud estas dos construcciones humanas que van, junto con otras, llevando al
ser humano y véase lo trágico de esto; el ser humano no va ya por su propio pie
y voluntad o necesidad como el primitivo que no tenía estos vehículos para su
viaje y tenía menester de habérselas por sí mismo. El ser humano de hoy, a
veces siente el vértigo, el vacío y su falta de peso en la vida y grita su
desdicha. Es llevado en andas pero no a donde quiere sino a donde lo lleva el
lenguaje, la sociedad, el Estado y faltamente hoy el capital privado.
La
falta de perspectiva, la ceguera, la comodidad, la enajenación hacen que el ser
humano no se preocupe ni ocupe de estados dos cosas: Lenguaje y Estado. El
lenguaje es la primera cosa importante y decisiva con la que se topa el ser
humano al nacer; le sigue el Estado. Las palabras moldean al humano, el Estado
lo regula. El primero lo hace de manera sutil pero inexorable; el segundo lo
hace por las buenas o por las malas. De estas dos cosas no puede escapar el
humano. Inexorablemente se encuentra prisionero de ambas. Ahora bien, para
convivir con la sociedad y el Estado se les debe conocer cara a cara pero,
resulta que, dé cuales sean sus rostros ni siquiera sospechamos que los tengan.
No sospechando siquiera que bajo la piel del lenguaje exista una imposición se
va con alegría por el mundo sin advertir que eso que pensamos no es pensamiento
nuestro sino vil herencia. No sospechando que el monstruo llamado Estado tenga
rostro y entrañas nos contentamos con no ser objeto de su violencia y vamos por
los diferentes climas, suelos, ríos, selvas de la vida a lomo del Estado que
aunque duro, es seguro.
El
mal entender lo que es el lenguaje: un uso, en palabras de Ortega y Gasset y lo
que es el Estado una construcción que ha llegado a ser Derecho puro con sus
órganos e instituciones que hacen cumplir las leyes en los ámbitos de la
administración y de la impartición de justicia, quedando la creación de las
leyes al órgano legislativo con intervención del ejecutivo. Este Estado es mucho
más complicado que el que estudio y dio forma Montesquieu. El caso del estado
mexicano es una verdadera pena. No se encuentra en toda la historia de México pensadores
que vayan a fondo y de manera original sobre el ser del Estado y las
atribuciones de los órganos. Los más insignes pensadores parten de equívocos y
de allí se siguen sin detenerse a mirar la realidad y sacar teorías que vayan
acordes a los estadios por los que ha pasado el Estado. Es increíble que
existan obras voluminosas que de manera alguna iluminan lo que es el Estado
mexicano con sus particularísimas condiciones y funciones. Al no estar las
ideas claras se habla de manera no solo vulgar sobre este tema sino de manera
errada. Tengo la impresión de estar ante un hormiguero, que afanosamente
construye alrededor del Estado deforme, deformándolo más. Esta es la desgracia
de la ciencia política y del pueblo mexicano. No se trata de preeminencia
personal sino de que los cerebros más importantes tengan las ideas claras y en
las obras, en las Universidades y en todo lugar importante se tenga la misma
claridad y se sepa el verdadero ser del Estado. Toda otra pretensión será todo
menos ciencia política.
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