domingo, 2 de febrero de 2014

LENGUAJE Y ESTADO (ADVERTENCIAS)




La vida del ser humano se va haciendo compleja con cada nueva construcción mental o con cada nueva institución y con cada nueva etapa de la vida. Hoy se sigue hablando de “modernidad” (la fe en la pura razón), y creo que pocos muy pocos saben su origen y fenecimiento. A la modernidad le siguió la postmodernidad (el desencanto sobre la razón pura), la Primera Guerra Mundial y la Segunda abonadas por las crisis económicas despertaron al mundo brutalmente del dogma en que se había, el ser humano, echado a descansar. Sobre el horizonte se perfilaron el hambre, las bayonetas y los sombríos cantos bélicos. Pero la cosa no iba a parar allí. El tren de la vida solo tomó un aletargamiento para acelerar a fondo sobre la maraña de la vida e ir tejiendo caminos aún más intrincados.

Ahora bien, a los filósofos les gustan los problemas, las soledades, las entrañas de la vida y todo lo que de ella resulta sabido o se cree sabido y va con su nariz entrometida a problematizar lo que de suyo se presenta inocente al vulgo y no solo al vulgo. Resulta que hasta los más insignes doctores en cualquier materia científica resultan ser pueblo. Para que algo sea notado con toda claridad hace falta que llegue el medio día en donde las sombras se hacen mínimas y no hay lugar donde se escondan los problemas. Con todo, esta época que Lipovesky ha nombrado como Híper-modernidad (donde todo es híper, producción de bienes y servicios, consumo, etc., ribeteada la vida de paradojas), no ha hecho otra cosa que arrancar tan vertiginosamente que no se ha reparado (ni existe la perspectiva para hacerlo), de que la vida a dado un vuelco hacia nuevas fronteras. La vida se ha ensanchado y empujado sus horizontes siempre a nuevos límites elásticos). Y, allá vamos volando sobre las montañas y los valles con la visión corta que solo nos permite ver contornos de la vida y de todo aquello que ha sido construcción humana.

Queda pues, tratar de poner los pies sobre la tierra para volver a caminar sobre las calles, plazuelas, callejones y por las entrañas mismas de la vida y sus construcciones. Esto conviene hacerlo en círculos concéntricos e ir pasando de la dermis a las profundidades. Por suerte ya hay trabajo previo de buzos que han ido a lo más hondo y que nos han traído toda clase de noticias, cuadros, toda clase de vejestorios pero sobre todo, verdades.

Dos de estos tópicos trataré de manera somera por principios de cuenta y en otros escritos seguiré bajando como he anunciado (ambos temas son fundamentales y harto peliagudos), a efecto de ser entendidos. No se olviden los círculos concéntricos hacia lo hondo que son a primeros acercamientos a lo problemático. El primer tema lo es, el lenguaje y el segundo el Estado.

Ya José Ortega y Gasset picó piedra en las profundidades y sacó de las vetas, la rica verdad sobre el lenguaje. El lenguaje es una construcción humana que al pronto al llegar al mundo ya la tenemos a nuestra disposición, nos dice. No es nuestra construcción sino que lo recibimos sin querer. La mirada del bebe nos enternece por su extravió. Pero no bien pasados dieciocho meses, más o menos, maravilla de maravillas, el pequeño dice su primera palabra. Esto, quitando la chabacanería que rodea el asunto, es el resultado del constante vaciado que se hace en el receptáculo elástico que es el niño. Esa etapa misteriosa de la infancia no es simple ni pasiva. En este estadio el ser humano  recibe los medios con los cuales va a nadar cómodamente en el océano de la sociedad, es decir, el lenguaje.

El otro tema lo es, el Estado, esa construcción artificiosa que no tiene rostro inmediato alguno pero si órganos, manos, estomago, pies y garrotes para hacer cumplir sus determinaciones. No bien se llega al mundo y ya la ley señala que el infante debe ser registrado fríamente ante el Juez Civil de las Personas y que este debe prestamente expedir el acta correspondiente. Inmediatamente se presiente y se siente la frialdad, la vida artificiosa de este ente llamado Estado. Los griegos proyectaron la ciudad-Estado como una extensión de lo humano; para los modernos el Estado era el resultado de un “Contrato Social” y para nosotros herederos de Kelsen, Estado y Derecho son una y misma cosa.

Bien, nótese que ambas cosas, Lenguaje y Estado son dos construcciones artificiosas que el ser humano de antaño hizo y que el posterior heredó. Esto tuvo y tiene sus efectos, se cree que estas dos cosas (Lenguaje y Estado), han existido de manera natural, tal y como ha existido la tierra, el sol y todo lo que ahora conocemos como Universo o realidad. Sin embargo, creer esto es un fatal error que se debe notar ahora, a simple vista. Esto arroja luz a los absurdos ridículos: “Yo pienso lo que quiera” y “Soy libre”.  Un breve repaso brevísimo a ambos edificios y se verá como han ido mudando de fachada, de fondo, de cantidad y cualidad y aun hoy una lengua no es la misma en cada nación. El español, en nuestro caso no es el mismo para los españoles, para los colombianos, argentinos, para cualquier otra nación hispano hablante y ni se diga para los mexicanos. Pasa lo mismo con el inglés que se habla en la flemática Inglaterra, en el industrioso pueblo estadounidense o en la lejana Australia.

La ciudad-Estado griega era muy simple al lado, del Estado-nación de la modernidad que tuvo la osadía de declararlo Absoluto (Hegel), y el ser humano una insignificancia. Ahora bien, no obstante de ser, el actual Estado un enteco, al punto de volverse casi mera burocracia, no deja de ser más complejo que los dos modelos anteriores y aun, siendo enfermizo su complejidad le viene de sus funciones y de la sociedad misma. Por ello, se deben estudiar a profundidad y amplitud estas dos construcciones humanas que van, junto con otras, llevando al ser humano y véase lo trágico de esto; el ser humano no va ya por su propio pie y voluntad o necesidad como el primitivo que no tenía estos vehículos para su viaje y tenía menester de habérselas por sí mismo. El ser humano de hoy, a veces siente el vértigo, el vacío y su falta de peso en la vida y grita su desdicha. Es llevado en andas pero no a donde quiere sino a donde lo lleva el lenguaje, la sociedad, el Estado y faltamente hoy el capital privado.

La falta de perspectiva, la ceguera, la comodidad, la enajenación hacen que el ser humano no se preocupe ni ocupe de estados dos cosas: Lenguaje y Estado. El lenguaje es la primera cosa importante y decisiva con la que se topa el ser humano al nacer; le sigue el Estado. Las palabras moldean al humano, el Estado lo regula. El primero lo hace de manera sutil pero inexorable; el segundo lo hace por las buenas o por las malas. De estas dos cosas no puede escapar el humano. Inexorablemente se encuentra prisionero de ambas. Ahora bien, para convivir con la sociedad y el Estado se les debe conocer cara a cara pero, resulta que, dé cuales sean sus rostros ni siquiera sospechamos que los tengan. No sospechando siquiera que bajo la piel del lenguaje exista una imposición se va con alegría por el mundo sin advertir que eso que pensamos no es pensamiento nuestro sino vil herencia. No sospechando que el monstruo llamado Estado tenga rostro y entrañas nos contentamos con no ser objeto de su violencia y vamos por los diferentes climas, suelos, ríos, selvas de la vida a lomo del Estado que aunque duro, es seguro.

El mal entender lo que es el lenguaje: un uso, en palabras de Ortega y Gasset y lo que es el Estado una construcción que ha llegado a ser Derecho puro con sus órganos e instituciones que hacen cumplir las leyes en los ámbitos de la administración y de la impartición de justicia, quedando la creación de las leyes al órgano legislativo con intervención del ejecutivo. Este Estado es mucho más complicado que el que estudio y dio forma Montesquieu. El caso del estado mexicano es una verdadera pena. No se encuentra en toda la historia de México pensadores que vayan a fondo y de manera original sobre el ser del Estado y las atribuciones de los órganos. Los más insignes pensadores parten de equívocos y de allí se siguen sin detenerse a mirar la realidad y sacar teorías que vayan acordes a los estadios por los que ha pasado el Estado. Es increíble que existan obras voluminosas que de manera alguna iluminan lo que es el Estado mexicano con sus particularísimas condiciones y funciones. Al no estar las ideas claras se habla de manera no solo vulgar sobre este tema sino de manera errada. Tengo la impresión de estar ante un hormiguero, que afanosamente construye alrededor del Estado deforme, deformándolo más. Esta es la desgracia de la ciencia política y del pueblo mexicano. No se trata de preeminencia personal sino de que los cerebros más importantes tengan las ideas claras y en las obras, en las Universidades y en todo lugar importante se tenga la misma claridad y se sepa el verdadero ser del Estado. Toda otra pretensión será todo menos ciencia política.





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