LA VIRUELA 1520 Y EL COVID-19-2020.
Los
mexicanos y todos los demás pueblos en 1520, sufrieron el mal de la viruela,
misma que no se conocía y por ende, no se tenía cura alguna. Dos relatos nos
dan una idea de los estragos de tal enfermedad. El primero es de Francisco
Javier Clavijero; el segundo de William
H. Prescott.
32.
ESTRAGO DE LAS VIRUELAS. MUERTE DE CUITLAHUATZIN Y DEL PRÍNCIPE MAXIXCATZIN.
ELECCIÓN DEL REY CUAUHTEMOTZIN.
“Las
victorias de los españoles y la multitud de alados que tenían a su devoción engrandecieron
de tal suerte su nombre y conciliaron a Cortés tan grande autoridad en la
tierra, que él era el árbitro de las diferencias que ocurrían, y el que daba o
confirmaba la investidura de los señoríos que vacaban, como se vio en el de
Cholula y en el de Ocotelolco en Tlaxcala, vacantes uno y otro por muerte
ocasionada de las viruelas.
Este
terrible azote del género humano, ignorado hasta entonces en aquel Nuevo Mundo,
lo llevo consigo un negro esclavo de Narváez; contagiáronse con su comunicación
los cempoaltecas y de allí se propagó el mal por todo el imperio mexicano con
indecible daño de aquellas naciones. Perecieron muchos millares de hombres y
quedaron algunos lugares despoblados. Aquellos cuya complexión prevaleció a la
violencia del mal se levantaron tan
estragados y con tan profundos estigios del veneno en los rostros, que causaban
espanto a los demás.
Entre
los estragos que causó esa nueva enfermedad fue muy sensible a los mexicanos la
pérdida de su rey Cuitlahuatzin a los tres o cuatro meses de reinado, y a los
tlaxcaltecas y españoles la del príncipe Maxixcatzin. Los mexicanos eligieron
en lugar de Cuitlahuatzin a su sobrino Cuauhtemotzin porque ya no vivía hermano
alguno de los pasados reyes. Era joven de 25 años y de mucho espíritu, y aunque
por poca edad poco práctico en la guerra, llevó adelante las providencias militares
e su antecesor. Tomó por mujer y reina a su prima Tecuichpotzin, viuda del rey
Cuitlahuatzin e hija de Moctezuma.”[1]
“Con
no poco sentimiento supo por este tiempo la muerte de su buen amigo
Maxixcatzin, el anciano jefe de Tlaxcala, que tan firmemente lo había sostenido
en la hora de la adversidad. Había muerto víctima de la terrible epidemia de la
viruela, que devastaba entonces al país con la misma fuerza que el fuego se
comunica en los campos, que no perdonaba al príncipe ni al vasallo, y que añadía
otro eslabón a la cadena de males que había seguido a la invasión de los
hombres blancos. Dícese que un negro esclavo que vino en la escuadra de Narváez
(9) trajo esa epidemia, que primero estalló en Cempoala. Los pobres indios,
ignorando el mejor modo de curar tan molesta enfermedad, acudieron a la práctica
común de los baños de agua fría, y en gran manera agravaban su mal. De Cempoala
cundió rápidamente por las poblaciones inmediatas, pasando por Tlaxcala, llegó
a la capital azteca, donde Cuitláhuac, sucesor de Moctezuma, fue una de sus
primeras víctimas. De allí se dirigió a las playas del Pacifico, dejando
cubierta su carrera con los cadáveres de los naturales, que para usar de la
frase expresiva de un contemporáneo, morían a montones como ganado que se infesta
parece que no fue fatal a los españoles, muchos de los cuales habían tenido ya
tal vez la enfermedad, y todos ciertamente conocían el mejor método de curarla.”[2]
Es
evidente que los pueblos originarios ignoraban la existencia de viruela y no
tuvieron la menor idea de cómo curarla en medio de la guerra que enfrentaban
los mexicanos ya contra muchos de los pueblos que habían dominado. El esclavo “negro”,
se llamaba Francisco de Eguía y fue una bomba biológica que ayudó a la caída de
México-Tenochtitlan pues devastó a sus habitantes que sufrieron las
consecuencias de no poder enterrar a sus muertos. A pesar de todo aquellos
antepasados siguieron luchando hasta que ya no pudieron más contra todos los aliados
de los extranjeros incluyendo a sus antiguos aliados los texcocanos.
Hoy,
tenemos a muchos mexicanos que gustosos estarían en entregar al Fondo Monetario
Internacional o, a cualquier extranjero el Estado mexicano con tal de ver
satisfechos sus odios al pueblo mexicano; tal es el caso de los priístas que se
sentían dueños del mismo o de los panistas que, sienten ser tocados por la
divinidad para gobernar. No sé si este gobierno sea bueno o malo pues falta que
termine su periodo para hacer un balance pues no se debe hacer esto de manera a
priori (anticipada).
La
terminación de un régimen y la construcción de otro no es tarea fácil y menos
cuando hay tantos que sienten que han sido dañados por lo que consideraban suyo
de manera absoluta y que no cejan día y noche en atacar con mentiras al
gobierno. La rabia, el odio son sus motivaciones y es por ello que se deben
enfrentar.
El
problema no es sencillo sino múltiple y complejo. Por desgracia existen grandes
segmentos del pueblo que por ignorancia no hacen caso a las recomendaciones del
gobierno y expertos sobre la pandemia
del Covid-19, y creen que con rezos y una temeridad sin par se puede enfrentar la
enfermedad sin darse cuenta que ponen en grave riesgo a los demás pues si se extiende
el contagio van a poner en predicamento al gobierno hasta el colapso y entre lágrimas
le exigirán al gobierno ayuda que será imposible de dar; tal y como ha pasado
en China, Italia y Los Estados Unidos de Norteamérica. Esto sería el caldo de cultivo ideal que esperan los corruptos con ansias para desplegar
un ataque contra el orden con tal de lograr un mínimo de poder político sin
importarles la vida de los demás.
En
estos momentos más que en otros se debe mantener la cordura la serenidad y
hasta la frialdad para afrontar el mal de la enfermedad, el mal político (la oposición),
el mal económico, el mal social, en resumen, el mal que enfrenta el Estado
mexicano. El problema no es de un solo gobernante (el presidente de la república),
sino de todo el pueblo que, debe participar activamente o pasivamente según se requiera
pero nuca de manera irresponsable y temerá por el bien de todos. Los antiguos
mexicanos pudieron salir de la peste de la viruela con todas las limitaciones
que tenían, nosotros con tanta ciencia tecnología
tenemos tanta ignorancia que es de profunda pena ver los espectáculos públicos de
la gente ignorante y necia.
[1]
Clavijero, Francisco Javier. Historia Antigua de México.
México, 2009, editorial Porrúa, “Sepan Cuantos…”. Página
531.
[2]
Prescott, William H. Historia de la Conquista de México.
México, 2000, editorial Porrúa, “Sepan Cuantos…”. Página
409
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