EL DRAMA DE LA
POLÍTICA MEXICANA
En
México, la política y la vida pública viven un drama profundo y desgarrador.
Estamos ante la caída total de un régimen totalitarista que duró ochenta y
nueve años. “La dictadura perfecta”, la llamó Mario Vargas Llosa. Al final
resultó no ser tan perfecta y ha caído para no levantarse nunca más. Hay gente
que ante el azaroso futuro desea el pasado ya conocido. No hay más. “Que pierda
toda esperanza todo aquel que entre aquí”, diría Dante Alighieri al poner esta inscripción
en las puertas del infierno en su obra “La Divina Comedia”. Al PRI le faltan
las exequias, es cierto, pero de eso deben encargarse los propios enterradores.
Bien.
Los
cambios de época se fraguan durante mucho tiempo y este lo es. La suerte de la
Edad Media se configuró en el propio seno de esta. Aunque, se piense en esta época
como oscurantista en su seno vivía, aunque en un mínimo, la razón, la ciencia y
el deseo de conocer. Enemigos a muerte de las religiones y una vez llegado el
momento surgió como un fuego arrasador de todos los tiempos el Renacimiento y
todos los esfuerzos de los reyes y el papado no pudieron detener el avance de
la filosofía, de la ciencia y la tecnología. Había muerto el sistema de
creencias sobre el que se basaba la Edad Media y su extinción era irremediable.
Había surgido la burguesía y el proletariado. Actores principales del
capitalismo en muchas de las fases de este sistema económico. Si la Edad Media le
rindió culto al Dios cristiano, a la metafísica, el capitalismo le rinde culto
a la producción a la ganancia, al poder económico, a lo materia por lo
material. No puede haber dos opuestos tan radicales y claros. Si antes se creía
en Dios y el mas allá, ahora se va a creer se quiera o no en lo material y en lo que los seres humanos logren en esta vida.
Lo
mismo nos ha pasado a los mexicanos ya en tres ocasiones anteriores y somos espectadores
a la vez que actores de esta llamada Cuarta Transformación. Esta dualidad nos
confunde y no sabemos si volverá el viejo sistema o deberemos transitar como
peregrinos hacia lo desconocido. Veamos un ejemplo rápidamente. El porfiriato
duró alrededor de treinta años y en su propio seno se gestaba su caída.
Entrados en el siglo XX, llegaba este régimen extenuado y los actores que
habitaban en su interior trabajaban arduamente para cambiar ese sistema que, se
había olvidado de la democracia, pero la llama no estaba muerta. Por el
contario crecía gradualmente hasta explotar en una revolución. La revolución mexicana
de 1910.
Electo
ya y en funciones Francisco I. Madero no tuvo a bien en desarticular los tentáculos
del porfirismo y por el contrario abrazó a ese mal en la figura de Victoriano
Huerta. Madero, José María Pino Suarez, Gustavo Madero y muchos mas fueron
asesinados y los porfiristas creían haber restaurado el porfiriato. Una ilusión
sin fundamentos. En poco tiempo fueron derrotados Victoriano Huerta y, sus cómplices
y la lucha intestina por el poder se hacia mas cruenta hasta que, se terminó
por crear el Partido Nacional Revolucionario (PNR-1929). Se abandonó la
dictadura personal y caímos en la dictadura del partido único de Estado con el
Partido Revolucionario Institucional (PRI-1946), no sin antes pasar por su
etapa intermedia con el Partido de la Revolución Mexicana (PRM-1938). Bien.
La
época de la dictadura del PRI es la Edad Media del pueblo mexicano. En términos
de democracia debemos nombrar el periodo de 1988 a 2018 como el Renacimiento de
la razón, del deseo de la democracia, de la libertad, de la legalidad, de la
justicia que se vieron concretados a partir del 2018 de manera incipiente pues
navegamos entre dos aguas, el pasado y el presente. Entre estas dos opciones,
aparentemente tenemos que, decidir. Esto es apariencia. En un cambio de época el
presente que se va haciendo futuro y pasado gana siempre. No hay vuelta atrás.
El
presente huidizo ha sido construido con décadas de antelación sin siquiera
darnos cuenta. La economía, motor de esta época imprimió su sello a la vida de
los mexicanos con mayor fuerza a partir de 1984 hasta el 2018. Periodo llamado Neoliberal
que con todas sus privatizaciones dejaron al Estado mexicano en los huesos,
indefenso para poder saquearlo a placer y con casi toda impunidad. Bien. Este
periodo de 34 años fue el acabose del partido único de Estado, el PRI. En 1988
es electo Carlos Salinas de Gortari mediante sospechas fundadas de fraude. Con
las privatizaciones el gobierno mexicano dejó la rectoría de la economía en
manos de los privados, es decir, perdió poder. Surgieron muchos partidos, es
decir, el poder político del presidente se esfumó. Surgieron las redes
sociales, es decir, la Secretaria de Gobernación, el Santo Oficio de los
mexicanos, quedó en chatarra. Perdieron el Distrito federal, hoy ciudad de México,
el Congreso General, gubernaturas de varios estados, muchos municipios y en el
año 2000 la presidencia de la república por doce años ante el Partido Acción Nacional.
Los priistas regresaron en el 2012 para despedirse para siempre en el 2018.
Ahora
bien, las fuerzas desatadas con las privatizaciones se volvieron incontrolables.
No había sexenio sin matanzas, sin devaluaciones y sin corrupción. Era de esperarse
la reacción de los políticos de la oposición, pero mas fundamentalmente del
pueblo. Ese pueblo sometido, pero ya con la mira en la economía, en la vida
diaria que, seguía mirando al cielo, pero era impulsado a mirar al suelo por
donde transitaba porque habría que, comer y llevar lo necesario a la casa. Y, ese
pueblo terminó por politizarse y a tomar conciencia de su poder y de su papel como
soberano. Las elecciones de 2018 fueron una explosión de poder democrático que,
cimbró a todo México y al mundo. Se había hecho realidad uno de los principios políticos.
“Sufragio efectivo…”. Los votos de los mexicanos por fin contaban y contra eso
la oposición no logra encontrar su camino y deambula sin encontrar el norte. Ningún
político vio venir ese desastre y cambio de rumbo. La razón. Había despertado
el pueblo y hablado democráticamente. Por fin soberano.
En
efecto, el viejo régimen ahora representado por el Partido Revolucionario
Institucional (PRI), el Partido Acción Nacional (PAN) y el Partido de la Revolución
Democrática (PRD), no luchan únicamente contra el partido Movimiento de Regeneración
Nacional (MORENA) y el presidente Andrés Manuel López Obrador sino contra su
pasado, contra sus contradicciones ideológicas, contra la falta de dinero
público que, antes siendo gobierno tenían acceso ilegal, contra la falta de
militantes, contra la falta de gobiernos estatales, congresos y gobiernos municipales,
pero sobre todo contra su falta de credibilidad. Se dejo de creer en todo un
sistema de creencias emanados de la revolución mexicana de 1910.
Las
nuevas generaciones no les interesan esos viejos ideales huecos. La realidad
cambio radicalmente y ya no hay esperanzas reales para el viejo sistema político.
Pronto veremos si tengo razón cuando se lleguen las elecciones de los estados
de Coahuila y de México, pero principalmente en las elecciones del 2024. El PRD
desaparecerá y el PRI se encaminará hacia el mismo destino y quizá en el 2030
estemos libres de este cacharro. Con todo, no es tiempo de holgazanear sino de
apurar el paso hacia la construcción de nuevas instituciones que fortalezcan al
Estado mexicano en la democracia, la libertad, la justicia y todo aquello que
sea menester.
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