viernes, 20 de septiembre de 2019

DE UN GOBIERNO MONÁRQUICO A UNO REPUBLICANO





Desde el inicio de la formación del Estado mexicano, no se sabía si escoger la monarquía o la república como forma de gobierno. Agustín de Iturbide junto con buena parte del pueblo se decantaron por la monarquía y se implantó el Primer Imperio. No tardó en fracasar esta forma de gobierno a pesar de que los pueblos originarios habían tenido monarcas imperiales por siglos surgidos del pueblo mexicano y de los suyos propios; no existía la democracia. La Nueva España tuvo un gobierno de reyes u virreyes por trescientos años. Imaginen como campeaba la idea del gobierno de un solo ser humano con el poder casi absoluto. Contra esto ha luchado el pueblo mexicano, por la democracia, por la igualdad, la justicia, la legalidad y legitimidad entre otros principios rectores de la vida republicana.

Implantada la república el pueblo mexicano y en especial sus políticos no sabían si la misma debería ser centralista o federalista y hoy, día seguimos sin saber si es el centralismo o el federalismo la forma definitiva de gobierno. Todo el Presidencialismo fue centralista pues todo lo decidía el presidente en turno.  Claro, este preámbulo únicamente da un contexto general pues abordar los variados matices de nuestra historia es una tarea titánica y este escrito únicamente pretende ser una guía general para entender lo básico.

Ahora bien, la idea de un gobierno monárquico siempre ha estado en muchas de las cabezas de los mexicanos aun hoy día. Un claro ejemplo lo es el Partido Acción Nacional que son los justos herederos del conservadurismo y de la monarquía pues ellos mismos se sienten con el derecho divino de gobernar al pueblo ignorante que no tiene esperanza de poder gobernarse y solamente ellos pueden poner orden ante tanto caos; claro, la realidad radical los refuta de manera tajante, incluso en su creencia en la superioridad de su “raza blanca símbolo de superioridad, creen los panistas. Su símbolo más evidente Diego Fernández de Cevallos.

En efecto, las formas monárquicas se implantaron dentro de la república mexicana durante todo el periodo priista. Un solo hombre con casi todo el poder emanado del partido único de Estado y el Partido Revolucionario Institucional fungiendo como la única clase política. Estado, gobierno y partido en una sola sintonía gobernar de manera totalitaria con todo el lujo aristocrático. No se lograba abarcar con plenitud lo que se veía pues por un lado los rituales suntuosos iban encaminados a glorificar los hechos pasados en los días festivos oficiales (republicanismo), y al mismo tiempo se idolatraba al presidente en turno (monarquía). Esta dualidad en las formas impedía al pueblo ver con claridad la esencia del gobierno. Claro, muchos veían justamente en lo que se había convertido el gobierno mexicano. Y, digo el gobierno porque el pueblo nunca participó en lo sustantivo de la grandiosidad como no fuera en calidad de simple comparsa muy lejos de la abundancia del gobierno.

El Panismo al llegar al poder vario la forma, agregando su religiosidad con lo que quedó una monarquía a la imagen de las europeas, pero muy endeble y carente de realidad. Contra todo eso buena parte del pueblo venia luchando desde los años sesentas del siglo pasado y tomado su forma más acabada desde 1988 con el frente liderado por muchos políticos de izquierda que nunca cejaron en su lucha hasta la caída del Presidencialismo priista.

Con todo, no se debe dar todo el crédito a los hechos y actos internos (grave deficiencia de los analistas mexicanos), pues la orden recibida del Fondo Monetario Internacional de privatizar las empresas públicas, es decir, los bienes y servicios públicos, fueron minando el poder del presidente en turno hasta el punto de la decadencia. Un hecho externo influyó de manera importante en la política interna.

Los hechos externos terminaron por derrumbar los cimientos del Presidencialismo hasta que el mismo cayó sin remedio y cedió el paso hacia las formas republicanas con el actual gobierno. La presente administración tiene tantos puntos de crítica como cualquiera otro, pero no hay duda de que tiene la esencia de una república, la austeridad gubernamental y con tendencias de beneficios al pueblo. Esto no es fácil de hacer y las críticas son muchas, la mayoría salidas del coraje, la rabia y la venganza.

Bien, se trata de construir una república con la austeridad a la medida de la pobreza del pueblo mexicano sin que el Estado quede paralizado sino con suma capacidad administrativa, legislativa y judicial para atender estos tres rubros básicos en la vida nacional. Para ello, se debe evitar que un partido o más vuelvan a las formas monárquicas en los tres ámbitos de gobierno. De la misma manera se debe evitar que se conforme una clase política corrupta nuevamente y que los puestos públicos se consigan de manera hereditaria. Las formas monárquicas corresponden al pasado y a los corruptos en forma sectaria, las formas republicanas al pueblo, pero esto es un deber ser que únicamente puede darse con la participación ciudadana y con el cambio gradual de la idiosincrasia del pueblo en su conjunto.

Nos espera una reingeniería del Estado mexicano en donde se evite la corrupción de los funcionarios públicos hasta donde sea posible y esto se asegura con leyes severas que pongan dique a los impulsos desmedidos de los seres humanos que ocupan cargos públicos. Pero insisto y seguiré insistiendo que esto será posible en la medida de la participación ciudadana que tome consciencia y la practica correspondiente del pueblo. Los funcionarios públicos se corrompen en la medida en que dejan de ser vigilados y se les pidan cuentas a cabalidad con las sanciones administrativas, civiles, políticas y penales correspondientes.  

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