Los
priistas de viejo cuño llevaron a la presidencia de la república a un personaje
oscuro, ignorante en extremo, ambicioso en extremo, corrupto en extremo, indiferente
a la realidad hasta la saciedad. Se hicieron las privatizaciones sumidas en la corrupción
y el mismo Enrique Peña Nieto se regodeo en su misma corrupción y entonces comenzó
la censura y los despidos de periodistas. El enojo fue la respuesta a las críticas
fundadas del desastre al que se estaba encaminando a la mayoría del pueblo
mexicano. El gobierno seguía sin prestar oídos. Los empresarios nacionales y extranjeros
se relamían los bigotes con cada nueva privatización. Peña Nieto mostraba y
demostraba a cada momento su profunda ignorancia de lo más básico en su educación
y en su cultura general. Adela Micha decía que no importaba que Peña Nieto
fuera “un lector voraz”, para poder bien gobernar. Revistas extranjeras lo
elevaban como el salvador de México sin causa justificada. Lo que importaban
eran las privatizaciones, es decir, lo material por encima de lo humano. Matanzas
iban y venían sin otro efecto que traer al pueblo arrobado con el morbo de las
muertes y volviéndolo gradualmente insensible a los desastres y matanzas.
La
realidad no admite replica o apelación. De un triunfalismo fugaz, el gobierno pasó
a la realidad. Un desastre tras otro minaron de golpe y porrazo la realidad que
solo existía en las cabezas de los gobernantes y en las palabras de sus
discursos. Todo fue pulverizado. Las reformas estructurales, tan cacareadas,
nunca dieron los frutos prometidos y en cambio, fueron dando sus efectos nocivos.
Para colmo ya hay poco que pueda hacer este gobierno para tratar de solucionar
su propia corrupción. En México no se trata a la corrupción como una enfermedad
mental y como una adicción viciosa de los políticos, gobernantes y empresarios pero
si se mira bien eso es: una fea enfermedad mental.
La
gente se reía al oír la palabra despeñadero, concepto que hace alusión tanto al
vacío, al peligro del mal gobierno como al apellido de Peña Nieto; sin embargo,
la realidad se fue imponiendo y dando sentido a la palabra “despeñadero” con
clara referencia al mal gobierno.
La
fotografía que hoy publica el diario Excélsior es la viva imagen que
corresponde al gobierno de Peña Nieto. La planta Pajaritos, en segundo plano,
hecha añicos por la explosión y en primer plano al lado derecha de la fotografía
la imagen del presidente sin saber qué hacer, impotente con la mirada perdida. El
gobierno prometió una especie de paraíso con las privatizaciones que durarían y
darían décadas y décadas de jauja. La realidad es otra: un desastre total que,
durara décadas en corregirse.
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