domingo, 25 de noviembre de 2012

bernardo batiz

 

                                                              LEÓN GUZMÁN



                                                              GUILLERMO PRIETO


1857, UN DEBATE MEMORABLE. 

21-12-25

Artículo de la Jornada.

Arnaldo Córdoba

En relación con el estatuto constitucional del Distrito Federal, en la política mexicana siempre ha habido dos tendencias totalmente contrapuestas: una, conservadora y centralista, que postula que el DF es el asiento de los poderes federales y que, por tanto, debe carecer de derechos soberanos; otra, federalista, que sostiene que el hecho de que el distrito sea asiento de aquellos poderes federales no obsta para que conserve sus derechos como entidad soberana dentro del Pacto Federal. Eso ocurrió en el Congreso Constituyente de 1856 y 1857, en cuyo seno se manifestaron ambas tendencias. Del lado de la primera se contaron figuras tan prominentes como León Guzmán y Guillermo Prieto, mientras que del otro se distinguieron Francisco Zarco e Ignacio Ramírez.

Las posiciones de los centralistas fueron todas monótonamente uniformes y no hicieron otra cosa que repetir las razones que se expresaron en la Convención de Filadelfia al fundarse la capital federal: si la ciudad iba a ser asiento de los poderes federales no podían coexistir en ella dos soberanías, sin que surgieran, inevitablemente, conflictos irresolubles entre ambas. Los poderes federales, se adujo, necesitaban un territorio que les fuera propio para el desempeño de sus poderes. Ya antes se había optado, unánimente, por la fundación del estado del Valle de México que, al ser designado como Distrito Federal, debía verse si conservaba o no sus prerrogativas de soberanía.

Liderados por Guzmán y Prieto, los centralistas ganaron la batalla, pero vale la pena reproducir aquí los alegatos federalistas de Zarco y El Nigromante que han quedado relegados en el olvido y que son de una relevante actualidad. Su idea rectora era que si el poder nacional debía radicar en una entidad fuerte, para su propia conservación, ello no implicaba que aquella entidad careciera de soberanía local ni quería decir, dogmáticamente, que el poder federal tuviese que estar en choque continuo con el poder local.

Zarco, en efecto, afirmaba: “Una vez proclamado el derecho del distrito a existir como los otros estados, no hay motivo para retardar el ejercicio de ese derecho, que debe ser efectivo desde el momento que se promulgue la Constitución, sin restricciones que no se han puesto a Colima ni a Tlaxcala. Se ha dicho que es imposible que existan en un mismo punto el gobierno general y el de un estado, y así se propaga una idea falsa de la Federación, y se pinta al gobierno de la Unión como una planta maldita que seca y esteriliza cuanto esté a su alrededor. ¿Por qué el gobierno que sólo debe ocuparse del interés federal, ha de ser un obstáculo para la libertad local?

“Los estados –proseguía Zarco– ganarían con que los poderes generales, consagrándose al interés de la Unión, dejaran de ser autoridades locales; así no perderían el tiempo y el decoro en ganar unas elecciones de ayuntamiento, o cuidar de negocios de policía, y trazada la órbita en que deben girar todos los poderes, no habría que temer conflictos, ni colisiones” (Francisco Zarco, Historia del Congreso Extraordinario Constituyente de 1856 y 1857, Imprenta de Ignacio Cumplido, México, 1857, t. II, p. 668).

En respuesta a León Guzmán, el cual postulaba que la capital no podía ser estado y Distrito Federal a la vez, porque habría choques inevitables entre las autoridades locales y las federales, Ignacio Ramírez hacía las siguientes observaciones: “Una vez decretado que el distrito se erija en estado, ¿desde cuándo ha de tener efecto esta erección? Inmediatamente –respondía El Nigromante–, esto es lo justo porque al reconocer el derecho de los habitantes del distrito a formar un estado de la Federación, se ha obrado conforme a justicia y se ha acatado el principio federal. Una vez proclamada la existencia de un estado, el Congreso mismo no tiene facultad para suspenderlo en el pleno ejercicio de su soberanía.

“De ningún modo es justo –continuaba Ramírez– que el distrito quede en una situación anómala y precaria, y mil veces peor que cualquiera otro estado. Se habla mucho de conflictos entre los poderes locales y los generales; pero éstos no son más que vanos fantasmas. Si se comprende bien cuáles son las funciones de uno y otro poder, se verá que es imposible que choquen. El gobierno general puede muy bien recaudar impuestos de todo el país; puede administrar las aduanas marítimas sin tener la menor disputa con el poder local. De la misma manera puede disponer del ejército, y en fin, ejercer todas las atribuciones que le encomienda la Constitución. Ningún inconveniente hay en que los poderes locales queden enteramente libres para ejercer sus funciones; si se originan algunas disputas, ellas serán de la misma naturaleza que las que se susciten en cualquiera otro estado” (Op. cit., t. II, p. 659).

El Nigromante tenía razón: basta ver la forma en que conviven los poderes de los estados y los ayuntamientos en los municipios que son capitales de los mismos, con jurisdicciones y competencias bien definidas y delimitadas, sin que haya lugar a conflictos fantasmales, para darse cuenta de lo artificioso del argumento que parte de la idea de la guerra inevitable entre poderes instituidos por la misma Constitución. De haberse aceptado el alegato de Zarco y Ramírez, el Distrito Federal no habría, jamás, dejado de ser una entidad integrante de la Federación, con plenos derechos dentro del Pacto Federal y la única variación en su condición de tal habría sido sólo el nombre, que indicaría que, como entidad federal, sería, al mismo tiempo, asiento de los poderes de la Unión.

También resultaba irrebatible en la lógica jurídica y constitucional el argumento de Ramírez en el sentido de que una vez proclamada la existencia de un estado, resultaba aberrante negar o limitar su existencia. Si el artículo 43, al mencionar las entidades integrantes de la Federación, incluía al estado del Valle de México, era incongruente y absurdo que luego el artículo 46 lo declarara suspendido en su existencia, la que avendría sólo cuando los poderes federales abandonaran su sede.

Existía, en efecto, una flagrante contradicción entre ambos artículos, pues el primero lo da por constituido mientras que el segundo lo da por constituirse. En efecto, dice este último: El estado del Valle de México se formará del territorio que en la actualidad comprende el Distrito Federal; pero la erección sólo tendrá efecto cuando los supremos poderes federales se trasladen a otro lugar. Es fácil observar que este artículo se da como si no existiera el 43 y, en su texto, el estado del Valle de México no existe, sino que se formará.

El primero en el tiempo y en el concepto es el artículo 43 que instituye o proclama (como quería Ramírez) al estado; por tanto, primero se da el estado y luego el Distrito Federal. Por lo menos hay una cierta coherencia. Muy diferente es lo que ocurre con nuestra actual Constitución, que primero instituye el distrito y luego el estado. En ambos casos, empero, hay un despojo original de la soberanía de la entidad.

LA MULTIPLICACIÓN IRRACIONAL DE LA SOBERANÍA CRITICA ANALÍTICA AL ARTÍCULO DE ARNALDO CÓRDOVA.

Seria  muy provechoso que Arnaldo Córdova se instruyera más y bien sobre lo que es, la soberanía para no influir mal en sus lectores. La soberanía es un principio que le corresponde al pueblo y es única, no puede dividirse. Dividir la soberanía es truncar sus fines, tal y como ha ocurrido en México. Ni por su naturaleza ni por el razonamiento lógico ni por la teleología se debe dividir la soberanía tal y como lo han hecho los legisladores en México. Tal cosa es dispersar y anular el poder soberano del pueblo en detrimento de este contraviniendo la teleología de este súper poder.

El artículo 39 de la Constitución General manifiesta acertadamente:

Artículo 39.-  La soberanía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo. Todo poder público dimana del pueblo y se instituye en beneficio de este. El pueblo tiene en todo tiempo el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno.

De la simple lectura de la primera oración se colige que la soberanía es una de manera inequívoca. Sin embargo, inmediatamente después, en la segunda oración se abre la posibilidad a más poderes al decir “Todo poder público”, dando la impresión de que del pueblo pueden emanar más poderes diversos al poder soberano. Por descuido en la concepción y en la redacción de esta oración se da pauta a dividir la soberanía. Se crean seudo-poderes que se atribuyen a seudo-soberanos.

En esta exposición no me detendré en fechas y detalles intrascendentes para esta demostración filosófica del error de dividir la soberanía. Utilizare la Filosofía del Lenguaje, la lógica y los sistemas filosóficos de Platón y Aristóteles para dar claridad a este asunto.

Por su naturaleza la soberanía es una y solo una. Desde la antigüedad los gobernantes tenían la soberanía abrogada para sí. Tales son los casos de los faraones en Egipto, los reyes orientales como Darío y Ciro II el Grande, ambos de Persia: los siete reyes romanos hasta su expulsión; así como los reyes de Francia, Inglaterra o España. Dicha soberanía era única e indivisible. En todos estos reyes residía la soberanía de manera monopólica sin discusión alguna hasta su abrogación.

En Atenas tenemos los gérmenes de lo que hoy llamamos soberanía popular. En los ciudadanos residía el poder soberano y todo ciudadano debía intervenir ene le gobierno. Aquí, vemos que la soberanía ha sido trasladada al pueblo pero sigue siendo única e indivisible.

Con la expulsión de los reyes etruscos de Roma se traslada la soberanía a los ciudadanos romanos, quienes al no querer más reyes constituyen el Senado. La clase noble es ahora quien detenta el poder soberano. Sin discusión alguna la soberanía sigue siendo una e indivisible.

Con la llegada el sistema capitalista se libera a los seres humanos de las cadenas medievales y se traslada la soberanía ahora al pueblo. La mayoría de los tratados sobre la soberanía hechos desde antes del nacimiento del Estado capitalista y durante su implementación están dirigidos a trasladar la soberanía al pueblo. La obra más conocida es la obra de Montesquieu “El Espíritu de las Leyes”. Allí es donde la burguesía encuentra su piedra angular para el diseño del Estado.

Ahora bien, ya tenemos la soberanía como una sola. Con todo, le hace falta que se le pongan ciertas condiciones para su funcionamiento. Se le pone como condiciones que sea inalienable e imprescriptible. La primera condición consiste en que el pueblo no pueda ser despojado de dicha soberanía u obligado a cederla ya que entonces el estado no tendría seguridad de servir a los fines burgueses. La realeza no se dio tan fácilmente por vencida en sus aspiraciones de gobernar a los Luis VIV de Francia, “El Estado soy yo” decía. La segunda condición es que dicha soberanía sea imprescriptible; es decir, que nunca pierda su vigencia. Todo sistema quiere su perpetuación.

Todo esto es maravilloso. Empero, en México nuestros legisladores no aciertan a comprender los conceptos y sus consecuencias lógicas sino solo las funcionales. Así vemos que los artículos 40, 41 y 49 entre otros erróneamente dividen la soberanía, es decir de la unidad hacen una pluralidad, dando así al traste el poder soberano. Dice el Artículo 40:

Articulo 40.- Es voluntad del pueblo mexicano constituirse en una República representativa, democrática, federal, compuesta de Estados libres y soberanos en todo lo concerniente a su régimen interior; pero unidos en una federación establecida según los principios de esta ley fundamental. Esto es inaudito ¿como van a ser libres y soberanos los estados?, como entidades soberanas, tal y como lo dice este articulo constitucional, se nos multiplican otros 31 soberanos mas los 3 para cada estado (ejecutivo, Legislativo y Judicial) que crea el Artículo 41.

Articulo 41.- El pueblo ejerce su soberanía por medio de los Poderes de la Unión, en los casos de la competencia de éstos, y por los de los Estados, en lo que toca a sus regímenes interiores, en los términos respectivamente establecidos por la presente Constitución Federal y las particulares de los Estados, las que en ningún caso podrán contravenir las estipulaciones del Pacto Federal.

A Platón le ocurrió que concibió que las cosas materiales fueran meras copias de las ideas. Como heredó de los pitagóricos la teoría de que las cosas sensibles existen a imitación de los números; Platón agregó que las cosas sensibles existen por su participación en ello. Es decir que por una parte se tienen los verdaderos seres (ideas), las cosas sensibles (copias de las ideas) y los números (seres matemáticos). De esto se desprende una serie infinita de seres al tratar de explicarlos por medio de la participación. Cosa que nunca explicó Platón. Sin embargo, Aristóteles que como alumno suyo durante veinte años conocía bien su filosofía y por tanto, conocía sus flacuras, inmediatamente que estuvo fuera de la academia lo critico y enmendó tal error.

En México se ha padecido más o menos de la misma flacura en concepciones. Ya que por un lado se dice que la soberanía es una sola pero al momento de ver los tres órganos que ejercen la soberanía nacional y diversos estados y los órganos que los hacen funcionar ven multitud de seres y no solo seres sino todos ellos soberanos. Con lo cual por arte de magia hacen surgir multitud de soberanos de uno solo. Así, le otorgan soberanía a los órganos Legislativo, Ejecutivo y Judicial y con tan pequeñas mentes miran la autonomía de administración de los estados integrantes de la federación como otras tantas soberanías. Y dentro de esas soberanías estatales otros tantos soberanos en los órganos Legislativos, Ejecutivos y Judiciales. No logran comprender que todos esos soberanos son solo emanaciones de la soberanía nacional y que la soberanía nacional y la supuesta de los estados son una y misma cosa, solo con ámbitos de competencia diferentes.

Es erróneo pensar y manifestar que existen “Poderes de la Unión”, existen tres órganos que ejercen la soberanía popular, Legislativo, Ejecutivo y Judicial, que hacen posible la vida y funcionamiento de la Republica pero la soberanía sigue perteneciendo al pueblo. Por la equivoca concepción que se tiene en México se cree falsamente que el órgano Legislativo es un poder soberano, que el órgano Ejecutivo es otro poder soberano y que el órgano Judicial es otro poder soberano. En buena medida es por eso que existen demasiados excesos y abusos por parte de los funcionarios públicos que creen que al llegar al gobierno se vuelven soberanos y hasta hoy, no esta tan mermada la soberanía del pueblo mexicano que prácticamente esta bajo la tiranía gubernamental, propiciada por leyes mal conceptualizadas que sostienen equívocos fatales para el verdadero soberano.

En muy pocas veces hemos visto que los políticos con malas administraciones sean castigados por su público enriquecimiento desmedido. Los expresidentes de México y los gobernadores están, después de sus gestiones, entre los hombres más ricos del mundo. Eso es, insólito. La pobreza del pueblo es inversamente proporcional a la riqueza de los políticos, expresidentes y gobernadores. Todo por creer que son soberanos legítimos y legales. 

Por si ello fuera poco el articulo 49 constitucional enfatiza categóricamente la división del poder soberano del pueblo y lo coloca en los órganos que deben ejercer la soberanía. El pueblo con base a la recta interpretación de lo significa ser soberano, nunca transfiere su potestad soberana a los órganos que la ejercen sino solo la facultad de ejercerla. La soberanía es inalienable (no se puede transferir) y es imprescriptible (no se extingue por el simple paso del tiempo).

 Artículo 49.- El Supremo Poder de la Federación se divide para su ejercicio en Legislativo, Ejecutivo y Judicial.

Es decir, que al final tenemos 31 estados soberanos mas tres poderes mas, ejecutivo, legislativo y judicial, se nos elevan a 93 soberanos mas, dando un gran total de 129 soberanías. El pueblo soberano (1), la federación soberana (1) y dentro de la federación tres soberanías (3), treinta y un estados soberanos (31), dentro de los estados tres soberanías mas (93). Se ve claramente que hay un error fatal en la acción de dividir la soberanía, siendo que es una sola y reside esencial y originariamente en el pueblo, no en los órganos que la ejercen. Si residiera en los órganos, Ejecutivo, Legislativo y Judicial, el pueblo simplemente ya no seria soberano habría trasladado su soberanía a dichos órganos, cosa que es imposible ya que la soberanía popular es inalienable e imprescriptible. De la misma manera los estados no pueden ser libres y soberanos. Sostener esto seria la disgregación de la federación ya que no tendrían ningún poder por encima de ellos y podrían implementar su propio banco, moneda, servicio de relaciones exteriores, su propio ejército y todo aquello que les fuera inherente a su soberanía. El Distrito Federal o el estado del Valle de México no se le puede otorgar soberanía ya que eso seria agrandar más el error. Se aumentarían cuatro soberanos más. Los habitantes del Distrito Federal son parte integrante del pueblo soberano y por tanto en ellos reside también la soberanía. Resulta no solo estéril la discusión de darle soberanía al Distrito Federal sino dañina para el verdadero soberano, el pueblo. No hay pugna verdadera entre la soberanía federal y las soberanías estatales porque son inexistentes, estas ultimas. Solo existe la soberanía popular que reside originaria y esencialmente en el pueblo. Que los órganos ejecutivo, Legislativo y Judicial tengan su sede en donde la tengan no debe haber ningún problema ya que para el ejercicio del poder soberano no debe haber ningún impedimento, so pena de dejar de ser ese poder, soberano.

Esa decir, que se han creado de manera errónea y anómala dos principios soberanos, la soberanía popular y la soberanía estatal. El primero principio soberano es de donde emana la autodeterminación del pueblo mexicano y el darse leyes constitucionales para la vida publica. Inmediatamente que se imaginan los legisladores que existe otro poder soberano, el de los estados que conforman la federación y le atribuyen todas las facultades inherentes a ese poder. Ahora bien, el segundo principio soberano atribuido a los estados es una aberración legislativa, una soberanía espuria, mal nacida de la mala concepción y política torcida, sostenida por la ignorancia y conveniencia de los legisladores y políticos. En efecto, bajo este enredo el Estado mexicano siempre se ha topado con la lentitud y barreras creadas artificiosamente en detrimento del pueblo gobernado y en favor de políticos, gobernantes y clase burguesa.  La soberanía ha existido desde que el ser humano se dio o se le impuso un gobierno.  Ora esta en el rey, ora esta el senado, ora en el cesar y finalmente en el pueblo. El error  lo toman los legisladores federales mexicanos de la obra de Montesquieu, conocida como “El Espíritu de las Leyes” en donde se postula la “División de Poderes”. Que después de los siglos que han pasado y los legisladores federales no hayan siquiera pensado en las fatales consecuencias que se siguen de la creación de una soberanía bastarda es muy grave.

En México se ha legislado de manera dogmática acrítica sin plena conciencia de los conceptos ontológicos, legales, filosóficos, teleológicos y legislativos que están en nuestra Carta Magna. ¿No debe acabar ya este oscurantismo y darle plena validez a la soberanía popular?.

No entiendo lógica, filosófica, legal y razonablemente que se siga sosteniendo por constitucionalistas, juristas, filósofos, la UNAM, la suprema Corte de Justicia, políticos, estudiosos del Derecho, articulistas y todos los que tengan que ver en el estudio y formación teorética y en la práctica con lo que es la soberanía popular.


                                                          IGNACIO RAMÍREZ
                                                        FRANCISCO   ZARCO

sábado, 24 de noviembre de 2012

BONDAD DIVINA






El Dios cristiano es infinitamente bueno que perdona a sus creyentes toda clase de crímenes. Es infinitamente bondadoso que les permite a sus representantes amasar incontables fortunas materiales; es infinitamente amoroso que les permite a los pastores de su rebaño cometer crímenes inconfesables con toda impunidad. Al final todo se reduce al arrepentimiento y un juicio en más allá.