lunes, 23 de octubre de 2023

EL SER O NO SER DEL PUEBLO MEXICANO

 

EL SER O NO SER DEL PUEBLO MEXICANO

 

Durante 89 años se ocultó el rostro de los mexicanos tras la máscara de una democracia simulada. Cada tres o seis años, por un día, se llamaba a los votantes para darle una mano de barniz de democracia al régimen totalitarista. El resto del largo tiempo los mexicanos eran fantasmas que se esfumaban en la cotidianeidad para volver aparecer en las próximas elecciones. Pero, bajo la epidermis política existía una maquinaria que todo lo torcía y retorcida en beneficio del Partido único de Estado (PRI). Con el paso del tiempo esa maquinaria se fue desgastando por dentro. Desde fuera los partidos que habían surgido desde la década de 1980 iniciaron una silenciosa, pero constante labor para desgastar el viejo régimen.

 

Las privatizaciones ordenas por Margaret Thatcher (Inglaterra), Ronald Reagan (Estados Unidos), el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial entre otros organismos dieron paso a un dinamismo económico en México que, fue encaminado a despojar a todos los trabajadores, campesinos y población en general de sus derechos laborales y de todo tipo de forma gradual hasta las reformas durante el sexenio de Enrique Peña Nieto. Ahora los mexicanos, en buen número, ya no dependían del gobierno pues habían sido despedidos y pasaron engrosar las filas de la iniciativa privada. Esto dio como consecuencia la decadencia de los tres sectores, obrero, campesino y popular que, nutrían al PRI de su fuerza.

 

El Estado mexicano perdió la rectoría de la economía, misma que paso a manos de las trasnacionales durante los 34 años de Neoliberalismo. Por si esto fuera poco, la ciencia y la tecnología abrieron la comunicación a favor de los mexicanos al punto de dejar obsoletos los medios de comunicación tradicionales. Estos medios de comunicación que sirvieron como medios de control cedieron paso a las redes sociales. Fuente de información y al final de formación política. Los políticos habían perdido la narrativa en buena medida, aunque no toda.

 

Durante los últimos 34 años de Neoliberalismo tanto el PRI como el Partido Acción Nacional (PAN), habían desgastado su sistema de creencias y sin un sistema de creencias adiós poder político. En el campo religiosos pasaba otro tanto. Los fieles habían dejado de ser en buena medida dogmáticos y cuestionaban al poder religioso. Si tomamos en cuenta que, el PRI perdió las elecciones por primera vez en el año 2000, nos percatamos que muchas generaciones ya no crecieron bajo gobiernos priistas sino panistas. El desastre se avecinaba y los políticos del PRI y el PAN estaban seguros de ganar.

 

El 1 de julio de 2018 se les vino la noche eterna. Andrés Manuel López Obrador había ganado las elecciones a la presidencia de la república. Su más odiado enemigo. No lo podían creer, pero no tuvieron otra opción que, aceptar la aplastante victoria. Han pasado, un poco más de cinco años desde aquellas elecciones y la ahora oposición no acierta a salir de las arenas movedizas del cambio.

 

Como todos los decadentes, están dispuestos a vender cara su derrota final. Se dan ánimos entre ellos y se dicen, “Podemos ganar…los números nos dan un empate técnico”. Toda la oposición esta armada con retórica, dinero y alianzas, dispuesta a ir a las manos en el terreno político. Sin embargo, no se trata de números. Ese error los ciega. Hay dos bandos claramente en pugna.

 

El actual gobierno federal y veintitrés entidades federativas las tiene MORENA mientras la oposición tiene siete estados. Pero este escenario es la superficie. En realidad, bajo este escenario todos los factores económicos, sociales, culturales, artísticos, filosóficos, de democracia, legalidad, legitimidad, libertad avanzan arrasando y engullendo todo lo viejo.

 

Hay dos propuestas. La primera es la de la oposición la cual ofrece una vuelta al pasado negro de corrupción en donde los ciudadanos no son más que meros siervos. Una república meramente representativa sin la molesta intervención de los ciudadanos. Una nación de siervos sin voluntad propia para imponer nuevamente un sistema político totalitarista y privatizador. La otra propuesta, es la que ha adoptado la ciudadanía. Se trata de ser ciudadanos activos y conscientes de su tarea democrática. Ciudadanos visibles en todo momento en ejercicio de la soberanía popular para crear un nuevo Estado con una nueva estructura orgánica e institucional para ejercer la democracia directa. El viejo régimen respira sus últimas bocanadas de política. Su extinción no está en duda ni siquiera su fecha. Pero es el pueblo quien tiene que decir las palabras de Hamlet en la obra de William Shakespeare: “Ser o no ser esa es la cuestión”.

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