EL SER O NO SER
DEL PUEBLO MEXICANO
Durante
89 años se ocultó el rostro de los mexicanos tras la máscara de una democracia
simulada. Cada tres o seis años, por un día, se llamaba a los votantes para
darle una mano de barniz de democracia al régimen totalitarista. El resto del
largo tiempo los mexicanos eran fantasmas que se esfumaban en la cotidianeidad
para volver aparecer en las próximas elecciones. Pero, bajo la epidermis
política existía una maquinaria que todo lo torcía y retorcida en beneficio del
Partido único de Estado (PRI). Con el paso del tiempo esa maquinaria se fue
desgastando por dentro. Desde fuera los partidos que habían surgido desde la
década de 1980 iniciaron una silenciosa, pero constante labor para desgastar el
viejo régimen.
Las
privatizaciones ordenas por Margaret Thatcher (Inglaterra), Ronald Reagan
(Estados Unidos), el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial entre
otros organismos dieron paso a un dinamismo económico en México que, fue
encaminado a despojar a todos los trabajadores, campesinos y población en
general de sus derechos laborales y de todo tipo de forma gradual hasta las
reformas durante el sexenio de Enrique Peña Nieto. Ahora los mexicanos, en buen
número, ya no dependían del gobierno pues habían sido despedidos y pasaron
engrosar las filas de la iniciativa privada. Esto dio como consecuencia la
decadencia de los tres sectores, obrero, campesino y popular que, nutrían al
PRI de su fuerza.
El
Estado mexicano perdió la rectoría de la economía, misma que paso a manos de
las trasnacionales durante los 34 años de Neoliberalismo. Por si esto fuera
poco, la ciencia y la tecnología abrieron la comunicación a favor de los
mexicanos al punto de dejar obsoletos los medios de comunicación tradicionales.
Estos medios de comunicación que sirvieron como medios de control cedieron paso
a las redes sociales. Fuente de información y al final de formación política.
Los políticos habían perdido la narrativa en buena medida, aunque no toda.
Durante
los últimos 34 años de Neoliberalismo tanto el PRI como el Partido Acción
Nacional (PAN), habían desgastado su sistema de creencias y sin un sistema de
creencias adiós poder político. En el campo religiosos pasaba otro tanto. Los
fieles habían dejado de ser en buena medida dogmáticos y cuestionaban al poder
religioso. Si tomamos en cuenta que, el PRI perdió las elecciones por primera
vez en el año 2000, nos percatamos que muchas generaciones ya no crecieron bajo
gobiernos priistas sino panistas. El desastre se avecinaba y los políticos del
PRI y el PAN estaban seguros de ganar.
El
1 de julio de 2018 se les vino la noche eterna. Andrés Manuel López Obrador
había ganado las elecciones a la presidencia de la república. Su más odiado
enemigo. No lo podían creer, pero no tuvieron otra opción que, aceptar la
aplastante victoria. Han pasado, un poco más de cinco años desde aquellas
elecciones y la ahora oposición no acierta a salir de las arenas movedizas del
cambio.
Como
todos los decadentes, están dispuestos a vender cara su derrota final. Se dan
ánimos entre ellos y se dicen, “Podemos ganar…los números nos dan un empate
técnico”. Toda la oposición esta armada con retórica, dinero y alianzas,
dispuesta a ir a las manos en el terreno político. Sin embargo, no se trata de
números. Ese error los ciega. Hay dos bandos claramente en pugna.
El
actual gobierno federal y veintitrés entidades federativas las tiene MORENA
mientras la oposición tiene siete estados. Pero este escenario es la
superficie. En realidad, bajo este escenario todos los factores económicos, sociales,
culturales, artísticos, filosóficos, de democracia, legalidad, legitimidad,
libertad avanzan arrasando y engullendo todo lo viejo.
Hay
dos propuestas. La primera es la de la oposición la cual ofrece una vuelta al
pasado negro de corrupción en donde los ciudadanos no son más que meros siervos.
Una república meramente representativa sin la molesta intervención de los
ciudadanos. Una nación de siervos sin voluntad propia para imponer nuevamente
un sistema político totalitarista y privatizador. La otra propuesta, es la que
ha adoptado la ciudadanía. Se trata de ser ciudadanos activos y conscientes de
su tarea democrática. Ciudadanos visibles en todo momento en ejercicio de la
soberanía popular para crear un nuevo Estado con una nueva estructura orgánica
e institucional para ejercer la democracia directa. El viejo régimen respira
sus últimas bocanadas de política. Su extinción no está en duda ni siquiera su
fecha. Pero es el pueblo quien tiene que decir las palabras de Hamlet en la obra
de William Shakespeare: “Ser o no ser esa es la cuestión”.